Texto "El mundo de Sofía", 2ª parte.

Texto "El mundo de  Sofía", 2ª parte




La época barroca
... del mismo material del que se tejen los sueños...
Pasaron unos días sin que Sofía supiera nada de Alberto, pero miraba en el jardín varias veces al día para ver si venia Hermes. Había contado a su madre que el perro encontró el camino de vuelta por su cuenta y que el dueño la había invita-do a entrar en su casa, que era un viejo profesor de física y que le había explicado el sistema solar y la nueva ciencia que surgió en el siglo XVI.
A Jorunn le contó mas cosas: la visita a casa de Alberto la postal en el portal y las diez coronas que encontró de camino a casa. El martes 29 de mayo Sofía estaba en la cocina secando los cacharros mientras su madre se había ido al salón para ver el telediario. De repente oyó en la televisión que un mayor del batallón noruego de las Naciones Unidas había sido alcanzado y matado por una granada.
Sofía dejó caer el trapo de secar sobre el banco de la cocina y corrió al salón. Durante unos instantes pudo ver la foto del soldado de las Naciones Unidas en la pantalla antes de que el telediario pasara a otros temas.
–¡Oh no! –exclamó.
La madre se volvió hacia su hija.
–Pues sí, la guerra es cruel.
Entonces Sofía se echó a llorar.
–Pero Sofía, hija, no te lo tomes así.
–¿Dijeron su nombre?
–Sí, pero no me acuerdo. Era de Grimstad, creo.
–Eso es lo mismo que Lillesand, ¿verdad?
–¡Qué cosas dices!
–Si eres de Grimstad a lo mejor vas al colegio en Lillesand.
Ya no lloraba. Ahora fue la madre la que reaccionó. Se levantó del sillón y apagó la televisión.
–¿Qué tonterías estás diciendo, Sofía?
–No es nada...
–¡Sí, algo pasa! Tienes un amigo, y empiezo a pensar que es muchísimo mayor que tú. Contéstame, ¿conoces a algún hombre que esté en el Líbano?
–No, no exactamente...
–¿Has conocido al hijo de alguien que está en el Líbano?
-Que no, que no he dicho. Ni siquiera he conocido a su hija.
–¿A la hija de quién?
–No es asunto tuyo.
–¿Ah no?
–Quizás debería yo empezar a hacerte preguntas a ti. ¿Por qué no está papi nunca en casa? ¿Es porque sois demasiado cobardes para divorciaros? ¿O es que tienes un amigo secreto? Etcétera, etcétera, etcétera. Las dos podemos ponemos a preguntar.
–Creo que es necesario que hablemos.
–Puede ser. Pero ahora estoy tan cansada y tan agotada que me voy a acostar. Además me ha venido la regla.
Y subió corriendo a su habitación, a punto de echarse a llorar.
En cuanto se hubo lavado y metido bajo el edredón, la madre entró en su habitación. Sofía se hizo la dormida, aunque sabía que su madre no se lo iba a creer. Se dio cuenta de que su madre tampoco creía que Sofía pensara que su madre creía que estaba dormida. Pero también la madre hizo como si Sofía durmiera. Se quedó sentada en el borde de la cama acariciándole la nuca.
Sofía pensó en lo complicado que resultaba vivir dos vidas a la vez. Casi deseaba que se acabara el curso de filosofía. Quizás hubiese acabado para su cumpleaños o al menos para el día de San Juan, que era cuando el padre de Hilde volvería del Líbano...
–Quiero dar una fiesta el día de mi cumpleaños –dijo de repente.
–¡Que bien! ¿A quiénes quieres invitar?
–A mucha gente. ¿Me dejas?
–Claro que sí. Tenemos un jardín muy grande... Ojalá siga el buen tiempo.
–Lo que más me gustada sería celebrarlo la noche de San Juan.
–Entonces así lo haremos.
–Es un día muy importante –dijo Sofía, no pensando únicamente en su cumpleaños.
–Ah sí...
–Me parece que me he hecho muy mayor últimamente.
–Eso está bien, ¿no?
–No lo sé.
Todo el tiempo Sofía había mantenido la cara contra la almohada mientras hablaba. La madre dijo:
–Sofía, ¿por qué no me cuentas por qué estás tan... tan desequilibrada estos días?
–¿Tu no estabas desequilibrada cuando tenías quince años?
–Seguramente lo estuve. Pero sabes de lo que estoy hablando.
Sofía se volvió hacia su madre.
–El perro se llama Hermes –dijo.
–¿Ah sí?
–Pertenece a un señor que se llama Alberto.
–Bueno.
–Vive en el casco antiguo.
–¿Tan lejos acompañaste al perro?
–Pero eso no importa.
–¿No dijiste que ese mismo perro ya había estado aquí varias veces?
–¿Dije eso?
Tenía que pensar antes de hablar. Quería contar todo lo que pudiera a su madre, pero no todo todo.
–No estás casi nunca en casa –empezó a decir.
–Es verdad, estoy demasiado ocupada.
–Alberto y Hermes han estado aquí muchas veces.
–¿Pero, por qué? ¿Han estado dentro de casa también?
–Hazme una pregunta cada vez, por favor. No han entrado dentro de casa. Pero paran a menudo por el bosque. ¿Te parece eso muy misterioso?
–No, no tiene nada de misterioso.
–Como tantos otros, paseando pasaron por delante de nuestra casa.
Saludé a Hermes un día que volvía del instituto. Así conocí a Alberto.
–¿Y qué pasa con el conejo blanco y todo eso?
–Eso es algo que dijo Alberto. Es un filósofo de verdad. Me ha hablado de todos los filósofos.
–¿Por encima de la valla del jardín?
–Nos hemos sentado, claro. Pero también me ha escrito cartas, muchas cartas, a decir verdad. Algunas veces las cartas han llegado con el cartero, otras veces simplemente las ha dejado en el buzón cuando iba de paseo.
–¿Con que ésas eran las cartas de amor» de las que hablamos?
–Solo que no eran cartas de amor.
–¿Sólo ha escrito sobre los filósofos?
–Pues fíjate que sí. Y he aprendido más con él que en ocho años de colegio. ¿Tú has oído hablar, por ejemplo de Giordardo Bruno, que fue quemado en la hoguera en el año 1600 ¿O de la ley de la gravitación de Newton?
–No, hay tantas cosas que yo no sé...
–Si te conozco bien, ni siquiera sabes por qué la Tierra se mueve en órbita alrededor del sol, y eso que se trata de tu propio planeta.
–¿Qué edad tiene aproximadamente?
–Ni idea. Por lo menos cincuenta años.
–¿Pero qué tiene que ver con el Líbano?
 Esa pregunta era peor. Sofía pensó diez cosas a la vez. Y luego escogió la única que le serviría.
–Alberto tiene un hermano que es mayor del batallón de las Naciones Unidas. Es de Lillesand. Quizás fue él quien vivía en la Cabaña del Mayor.
–Alberto, ¿no es un nombre un poco extraño aquí en Noruega?
–Puede ser.
–Suena a italiano.
–Lo sé. Casi todo lo que tiene importancia viene de Grecia o de Italia.
–¿Pero habla noruego?
–Como tú y como yo.
–¿Sabes lo que pienso, Sofía?: deberías invitar a ese Alberto a casa. Yo nunca he conocido a ningún filósofo de verdad.
–Ya veremos.
–Podríamos invitarle a tu gran fiesta. Es bonito mezclar generaciones. Y así a lo mejor yo también podría participar, al menos para servir las cosas. ¿No es mala idea, verdad?
–Si él quiere... Al menos es mucho más interesante hablar con él que con los chicos de mi clase. Pero...
–Pensarán que Alberto es tu nuevo novio.
–Entonces les puedes decir que no lo es.
–Ya veremos.
–Sí, ya veremos. Y otra cosa, Sofía: es verdad que papá y yo a veces hemos tenido problemas pero nunca ha habido nin-gún otro hombre.
–Ahora quiero dormir. Me duele muchísimo la tripa.
–¿Quieres una pastilla?
–Vale.
Cuando volvió la madre con la pastilla y el vaso de agua, Sofía ya se había dormido.
El 31 de mayo cayó en jueves. Sofía pasó aburrida las últimas clases del curso. Había mejorado en algunas materias después de iniciar el curso de filosofía. Solía oscilar entre el sobresaliente y el notable en la mayor parte de las asignaturas, pero ese último mes había tenido un sobresaliente tanto en el control de sociales como en una redacción hecha en casa. Las matemáticas se le daban peor.
En la última clase les devolvieron una redacción escrita en el colegio. Sofía había elegido un tema que trataba de «El hombre y  la tecnología». Había escrito un montón sobre el Renacimiento y la ciencia, sobre el nuevo concepto de la naturaleza, sobre Francis Bacon, que había dicho que «saber es poder», y sobre el nuevo método científico. Se había esforzado en precisar que el método empírico había precedido a los inven-tos tecnológicos. Luego había escrito sobre diversos factores negativos de la tecnología. Pero todo lo que hacen los hombres se puede utilizar para bien o para mal, había escrito al final. Lo bueno v lo malo es como un hilo blanco y un hilo negro que constantemente se entretejen, y a veces los dos hilos se entrelazan tanto que resulta imposible distinguirlos.
Cuando el profesor repartió los cuadernos miró a Sofía guiñándole un ojo.
Le había puesto un sobresaliente y el siguiente comentario: «¡De dónde has sacado todo esto?».
Sofía sacó un rotulador y escribió con letras mayúsculas en el cuaderno: «Estoy estudiando filosofía».
Al cerrar el cuaderno algo cayó de entre las páginas. Era una postal del Líbano. Sofía se inclinó sobre el pupitre y leyó la postal.
Querida Hilde. Cuando leas esto ya habremos hablado por teléfono sobre ese trágico accidente mortal ocurrido aquí. A veces me pregunto si las guerras y la violencia podrían haberse evitado si los hombres hubieran pensado un poco más. Quizás el mejor recurso contra las guerras y violencia fuera un pequeño curso de filosofia. ¿Qué te parecería un manual de Filosofía de las Naciones Unidas, del que se pudiera regalar un ejemplar a todos los nuevos ciudadanos del mundo en su lengua materna? Sugeriré la idea al Secretario General de las Naciones Unidas.
Me contaste por teléfono que ya cuidas mejor de tus cosas. Muy bien. Pues nunca he conocido a nadie con más facilidad que tu para perderlas. Me dijiste que lo único que habías perdido desde que hablamos la última vez era una moneda de diez coronas. Haré lo posible para que la recuperes. Yo estoy lejos de la patria pero tengo algún ayudante que otro que me puede echar una mano. (Si encuentro la moneda de diez coronas la incluiré en tu regalo de cumpleaños.) Abrazos de papá, que ya tiene la sensación de haber empezado el largo camino de regreso a casa.
Sofía acabó de leer la postal justo en el momento en que sonó el timbre anunciando el final de la última clase del día. Por su cabeza volaron un montón de pensamientos.
En el patio se encontró con Jorunn, como de costumbre. En el camino a casa Sofía abrió la mochila y le enseñó a su amiga la postal.
¿Qué día pone en el matasellos? –preguntó Jorunn.
–Seguro que 15 de junio...
–No, espérate... pone 30. 5.
–Eso fue ayer.. es decir el día siguiente del accidente en el Líbano.
–Dudo que una postal del Líbano llegue a Noruega en un día –prosiguió Jorunn.
–Al menos teniendo en cuenta las señas que lleva: «Hil-de Møller Knag C/o Sofía Amundsen, Instituto de Furulia.. “
–¿Crees que ha llegado con el correo, y que el profesor simplemente la ha metido en tu cuaderno de redacciones?
–Ni idea. No sé si atreverme a preguntárselo.
Y no se dijo nada más de la postal.
–Daré una gran fiesta en mi jardín la noche de San Juan
–dijo Sofía.
–¿Con chicos?
Sofía se encogió de hombros.
–No tenemos por qué invitar a los más tontos.
–¿Pero invitarás a Jorgen, no?
–Si quieres. A lo mejor invito a Alberto Knox también.
–Estás chiflada.
–Lo sé.
Y no les dio tiempo a decir nada más, antes de despedirse en el  centro comercial.
Lo primero que hizo Sofía al llegar a casa fue ir a buscar a Hermes al jardín. Y efectivamente allí estaba, husmeando por los manzanos.
–¡Hermes!
El perro se quedó totalmente inmóvil un instante. Sofía sabía exactamente lo que ocurrió durante ese instante: el perro oyó que Sofía lo llamaba, reconoció su voz y decidió comprobar si ella estaba allí, en el lugar de donde salía su voz. Y la descubrió y decidió correr hacia ella. Finalmente las cuatro patas echaron a correr como palillos de tambor.
Esto es mucho para un instante.
Vino corriendo hacia ella moviendo enérgicamente el rabo y le saltó encima.
–Hermes, buen perro. Bueno, bueno... no, no, no me lamas. ¡Siéntate! Así, muy bien.
Sofía sacó la llave para entrar en casa. Sherekan apareció entre la maleza. No parecía fiarse mucho del desconocido animal. Sofía puso comida para el gato, echó semillas en el plato de los pájaros, hojas de lechuga a la tortuga y escribió una nota pan su madre. Puso que iba a acompañar a Hermes y que llamaría si no llegaba antes de las siete.
De nuevo se fue para el centro. Esta vez se acordó de llevarse dinero. Pensó en coger el autobús con Hermes, pero decidió que no debía hacerlo hasta consultárselo a Alberto.
Andando con Hermes delante pensaba en lo que era un animal. ¿Cuál era la diferencia entre un perro y un ser humano? Se acordaba de lo que había dicho Aristóteles respecto a esto. Él había señalado que tanto las personas como los animales son seres vivos con muchos e importantes rasgos comunes. Pero también había una diferencia esencial entre un ser humano y un animal, y esa diferencia era la razón en el ser humano.
¿Cómo podía estar tan seguro de esta diferencia?
Demócrito, por su parte, pensaba que los hombres y los animales son bastante parecidos, ya que tanto los seres humanos como los animales están compuestos por átomos. Pensaba además que ni los animales ni los hombres tenían un alma inmortal. Según él también el alma está compuesta de pequeños átomos que se van volando en todas las direcciones cuando muere un ser humano. Pensaba, pues, que el alma de una persona estaba intrínsecamente unida al cerebro. ¿Pero cómo podía el alma estar compuesta de átomos? El alma no era algo tangible como el resto del cuerpo. Era algo espiritual.
Ya habían pasado la Plaza Mayor y se estaban acercando al casco antiguo. Cuando llegaron a la acera en la que Sofía encontró la moneda de diez coronas miró instintivamente al asfalto. Y allí, exactamente en el mismo lugar donde hacia muchos días se había agachado a recoger esa moneda, había ahora una postal con la imagen hacia arriba. La imagen era de un jardín con palmeras y naranjos.
Sofía se agachó y recogió la postal. Al mismo tiempo Hermes empezó a gruñir. Era como si no le gustara que Sofía tocara la postal.
La postal decía:
Querida Hilde. La vida está compuesta por una cadena de casualidades. No es totalmente improbable que la moneda que perdiste llegara a parar aquí. Quizás la encontrara una señora mayor en la plaza de Lillesand esperando el autobús para Kristiansand. Desde Kristiansand continuó viaje en tren para visitar a sus nietos, y luego puede que, muchas horas más tarde, perdiera la moneda aquí en la Plaza Nueva. También es muy posible que la misma moneda fuera recogida más tarde ese día por una muchacha que tuviera un a gran necesidad de encontrar diez coronas para poder coger el autobús hacia su casa. Nunca se sabe, Hilde, pero si realmente es así había que preguntarse si no existe una especie de providencia divina que está detrás de todo esto.
Abrazos de tu papá, que en el pensamiento está sentado sobre el  borde del muelle en Lillesand.
P. D. Ya te dije en la otra postal que te ayudaría a encontrar la moneda.
En la parte de las señas ponía: «Hilde Møller Knag c/o alguien que pase por allí...”. La postal llevaba el matasellos del 15. 6
Sofía subió casi corriendo detrás de Hermes por la escalera.
Cuando Alberto abrió la puerta ella dijo:
–Quítate viejo. Aquí llega el cartero.
Pensaba que tenía derecho a estar un poco gruñona en ese momento.
Alberto la dejó entrar, Hermes se tumbó debajo del perchero igual que la última vez.
–¿Ha vuelto a dejar el mayor su tarjeta de visita, hija mía?
Sofía le miró. De repente descubrió que Alberto había cambiado de disfraz. Lo primero en lo que se fijó fue en una peluca larga y rizada que llevaba puesta. Luego vio que llevaba un traje ancho e informe con un montón de encajes. Alrededor del cuello llevaba un curioso pañuelo, encima del traje una capa roja. Llevaba medias blancas, zapatos finos de charol con un lacito. En conjunto el disfraz le recordaba a los cuadros que había visto de la corte de Luis XIV.
–¡Qué cursi! –dijo, y le dio la postal.
–Hmm... ¿es verdad que encontraste una moneda justo en el sitio donde estaba la postal?
–Sí.
–Se está volviendo cada vez más fresco. Pero quizás sea mejor así.
–¿Por qué?
–Porque entonces será más fácil descubrirle. Pero este último arreglo ha sido bastante asqueroso. Huele a perfume barato.
–¿A perfume?
–Que aparentemente es algo elegante pero que es todo engaño. Fíjate en cómo se atreve a comparar su propia vigilancia sucia con la providencia divina.
Lo señaló en la postal. Luego la rompió en pedacitos igual que la última vez. Para no ponerle de peor humor aún, Sofía no le contó nada sobre la postal que se había encontrado en su cuaderno en el colegio.
–Vayamos a sentarnos en el salón, querida alumna. ¿Qué hora es?
–Las cuatro.
–Hoy hablaremos del siglo XVII.
Entraron en el salón de techo abuhardillado, con la ventana en el mismo. Sofía se fijó en que Alberto había cambiado algunos objetos por otros. Había algunos que no estaban la ultima vez. En la mesa había una cajita con una pequeña colección de diferentes lentes. Junto a la cajita había un libro abierto. Era muy antiguo.
–¿Qué es eso? –preguntó Sofía.
–Es la primen edición del famoso libro de Descartes Discurso del Método, del año 1637. Es uno de mis tesoros más preciados.
–¿Y la cajita... ?
–... es una excelente colección de lentes, o cristales ópticos. Fueron pulidos por el filósofo holandés Spinoza hacia mediados del siglo XVII. Me ha costado una fortuna, pero es uno de mis más valiosos tesoros.
–Seguramente comprendería el valor del libro y de la cajita si supiera quiénes fueron esos Spinoza y Descartes.
–Desde luego. Intentemos primero entrar un poco en la época en la que vivieron. Sentémonos.
Se sentaron igual que la última vez; Sofía en un gran sillón y Alberto Knox en el sofá. Entre ellos se encontraba la mesa con el libro y la cajita. Al sentarse, Alberto se quitó la peluca y la puso sobre el escritorio.
–Vamos a hablar del siglo XVII, o de lo que solemos llamar época barroca.
–¿La época barroca? Qué nombre más raro, ¿no?
–La palabra «barroco» viene de otra que en realidad significa perla irregular.. Típicas del arte de la época barroca son las formas llenas de contrastes, a diferencia del arte renacentista, que era más sencillo y más armonioso. El siglo XVII se caracterizaba, en general, por una tensión entre contrastes irreconciliables. Por un lado, continuó el ambiente positivo y vitalista del Renacimiento, y por otro había muchos que buscaban el extremo opuesto, con una vida de negación del mundo y de retiro religioso. Tanto en el arte como en la vida real nos encontramos con una vitalidad pomposa y ostentosa, al mismo tiempo que surgieron movimientos monásticos que daban la espalda al mundo.
–Así que castillos majestuosos y conventos escondidos.
–Pues sí, algo así. Una de las consignas de la época barroca era la expresión latina “carpe diem”, que significa “goza de este día».
Otra expresión latina que se citaba frecuentemente en la misma época era el lema “memento mori”, que significa “recuerda que vas a morir”. En cuanto a la pintura, un mismo cuadro podía mostrar una vitalidad bastante grandilocuente, a la vez que abajo, en una esquina, aparecía un esqueleto pintado. En muchos contextos la época barroca estaba caracterizada por la vanidad y la cursilería. Pero muchos también se interesaron por el revés de la medalla, ocupándose de lo “efímero” de todas las cosas. Es decir, que todo lo hermoso que nos rodea va a morir y desintegrarse.
–Pero es verdad. Yo me pongo triste cuando pienso en que nada dura.
–Entonces piensas exactamente igual que mucha gente en el siglo XVII. También políticamente el Barroco fue la época de los grandes contrastes. En. primer lugar, Europa estaba traumatizada por las guerras. La peor de todas fue la Guerra de los Treinta Años, que arrasó el continente desde 1618 a 1648. Se trataba en realidad de toda una serie de guerras, especialmente perjudiciales para Alemania. Como consecuencia, en parte, de esta «guerra de los treinta años» Francia empezó a ser la potencia dominante en Europa.
–¿Por qué lucharon?
–En gran medida fue una lucha entre protestantes y católicos. Pero también se trataba de poder político.
–Más o menos como en el Líbano.
–Por lo demás, el siglo XVII estaba caracterizado por grandes diferencias de clase. Seguramente habrás oído hablar de la nobleza francesa y de la corte de Versalles, pero no sé si habrás oído algo sobre la pobreza de la gente. Cualquier «despliegue de esplendor» supone un «despliegue de poder». Se ha dicho que la situación política de la época barroca puede compararse con el arte y la arquitectura de la época. Los edificios del barroco se caracterizaban por un sinfín de recovecos y recodos complicados, de la misma manera que la situación política se caracterizaba por alevosías e intrigas.
–¿No hubo un rey sueco que fue asesinado en un teatro?
–Estarás pensando en Gustavo III, que es un buen ejemplo de lo que estoy diciendo. Gustavo III no fue asesinado hasta 1792, pero bajo circunstancias bastante «barrocas». Fue asesinado durante un gran baile de máscaras.
–Creía que había sido en un teatro.
–El gran baile de máscaras tuvo lugar en la ópera. La época barroca de Suecia duró hasta el asesinato de Gustavo III. El reinado de este rey se denomina «despotismo ilustrado», más o menos como bajo Luis XIV casi cien años antes, Gustavo III era un hombre muy vanidoso, amante de ceremonias afrancesadas y frases corteses. Cabe decir que también amaba el teatro...
–Lo que le causó la muerte.
–Pero el teatro fue en la época barroca algo más que una simple expresión artística. También fue el símbolo más importante de la época.
–¿Símbolo de qué?
–De la vida, Sofía. No sé cuántas veces durante el siglo XVII se dijo aquello de que “la vida es un teatro”, pero te aseguro que fueron muchas. Precisamente en la época barroca nació el teatro moderno, con decorados y maquinaria escénica. Se representaba en escena una ilusión, para revelar después que esa actuación en el escenario sólo había sido una ilusión. De esa manera, el teatro se convirtió en una imagen de la vida humana en general, que podía hacer una representación despiadada de la mezquindad humana.
–¿Shakespeare vivió en la época barroca?
–Escribió sus grandes obras alrededor de 1600, de modo que tenía un pie en el Renacimiento y otro en la época barroca. Pero ya en Shakespeare encontramos montones de frases sobre la vida como un teatro. ¿Quieres algunos ejemplos?
–Con mucho gusto.
–En la pieza Como gustéis dice: Todo el mundo es una escena sobre la cual los hombres y mujeres son pequeños actores que vienen y van. Un hombre ha de hacer muchos papeles en la vida. Y en Macbeth dice: Sombra ambulante es esta vida, mísero actor que en el escenario se afana y pavonea un momento y al cabo para siempre, calla su voz. Relato de un idiota, lleno de ruido y furia, que nada significa.
–Muy pesimista, ¿no?
Se interesaba por la brevedad de la vida. Puede que hayas oído la cita más famosa de todas las de Shakespeare.
–“Ser o no ser; ésa es la cuestión”.
–Sí, eso lo dijo Hamlet. Un día andamos por el mundo, al día siguiente habremos desaparecido.
–Pues sí, empiezo a darme cuenta de eso.
–Cuando los poetas y escritores de la época barroca no comparaban la vida con un teatro, la comparaban entonces con un sueño.
Shakespeare, por ejemplo. dijo: “Somos del mismo material del que se tejen los sueños, nuestra pequeña vida está rodeada de sueño... “
–Qué poético.
–El escritor español Calderón, ; que nació en 1600, escribió una obra de teatro que se llamaba La vida a sueño. En esa obra dice:
“¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.
–Tal vez tuviera razón. Hemos leído una obra en el instituto. Se llamaba Jeppe en La Montaña
–Sí, de Ludvig Holberg. Aquí en el norte de Europa fue una gran figura de la transición entre la época barroca y la Ilustración.
–Jeppe se durmió en una cuneta y luego se despertó en la cama del barón. Entonces pensó que simplemente había soñado que era un pobre campesino. Luego, cuando vuelve a dormirse le llevan de nuevo a la cuneta donde se vuelve a despertar. Entonces cree que ha soñado que ha dormido en la cama del barón.
–Holberg tomó prestado este motivo de Calderón, y Calderón lo había tomado prestado de los viejos cuentos árabes de “Las mil y una noches”. No obstante, comparar la vida con un sueño constituye un motivo que encontramos aun mas atrás en la Historia, sobre todo en la India y en China. El viejo sabio chino Zhuangzi por ejemplo dijo: “Una vez soñé que era una mariposa, y ahora ya no se si soy Zhuangzi que soñó que era una mariposa, o si soy una mariposa que sueña que soy Zhuangzi”.
–Al menos no se podía comprobar cuál era la verdad.
–En Noruega tuvimos un genuino poeta barroco que se llamaba Petter Dass. Vivió de 1647 a 1707. Por un lado quería describir la vida de aquí y ahora, y por otro lado subrayó que sólo Dios es eterno y constante:
Dios es Dios aunque todas las tierras estén desiertas
Dios es Dios aunque todas las gentes estén muertas...
–Pero en el mismo salmo también describió la naturaleza del norte de Noruega y hasta las especies de peces que allí se encuentran.
Éstos son rasgos típicamente barrocos. Dentro del mismo texto se describe lo terrenal, lo de aquí, a la vez que lo celestial, lo del más allá. Todo esto recuerda en cierto modo a la distinción que hacia Platón entre el mundo concreto de los sentidos y el mundo inalterable de las Ideas.
–¿Y cómo era la filosofía?
–También la filosofía se caracterizaba por fuertes tensiones entre maneras de pensar completamente opuestas. Como ya hemos visto, algunos pensaban que la existencia era, en el fondo, de naturaleza espiritual. Ese punto de vista se llama idealismo.
En punto de vista contrario se llama materialismo, por el que se entiende una filosofía que reduce todos los fenómenos de la naturaleza a magnitudes físicas concretas. También el materialismo tenía muchos defensores en el siglo XVII. El más importante de todos ellos quizás fuera el filósofo inglés Thomas Hobbes. Todos los fenómenos, también hombres y animales, están compuestos exclusivamente de partículas de materia, dijo Hobbes. Incluso la conciencia del ser humano, o su alma, se debe a los movimientos de partículas minúsculas en el cerebro.
–Entonces pensaba lo mismo que Demócrito mil años antes.
–Tanto el «idealismo» como el «materialismo» se repiten continuamente a través de la historia de la filosofía. Pero en pocas otras épocas las dos tendencias han estado tan presentes al mismo tiempo como en la barroca. El materialismo se nutría constantemente de las nuevas ciencias naturales Newton señaló que las mismas leyes de los movimientos rigen en todo a universo.
Pensaba que todos los cambios que se dan en la naturaleza, es decir en la Tierra y en el espacio, se deben a la ley de gravedad y a las leyes sobre los movimientos de los cuerpos. Significa que todo está dirigido por las mismas leyes inquebrantables o «mecánica».
Por tanto, es en principio posible calcular cualquier cambio en la naturaleza con una exactitud matemática. De esa forma, Newton colocó las últimas piezas en lo que llamamos «visión mecánica del mundo».
–¿Se imaginó el mundo como una gran máquina?
–Exactamente. La palabra «mecánico» proviene de la palabra griega mechone, que significa máquina. Pero conviene tomar nota de que ni Hobbes ni Newton observaron ninguna contradicción entre la visión mecánica del mundo y la fe en Dios. No fue siempre así entre los materialistas de los siglos XVIII y XIX. El médico y filósofo francés Lamettrie escribió a me-diados del siglo XVIII un libro que se llamó L`Homme machine, que significa «El hombre máquina». De la misma manera que las piernas tienen músculos para andar, dijo, el cerebro tiene «músculos» para pensar. Más adelante, el matemático francés Laplace expresó un concepto extremadamente mecánico con el siguiente pensamiento: si una inteligencia hubiera conocido la situación de todas las partículas de materia en un momento dado, «no habría nada inseguro, y tanto el futuro como el pasado estarían abiertos ante ella». Esta frase expresa la idea de que todo lo que ocurre está decidido de antemano. Lo que va a suceder «está en las cartas». Este concepto lo llamamos determinismo.
–Entonces el ser humano no puede tener libre albedrío.
–No, todo es producto de procesos mecánicos, también lo son nuestros pensamientos y nuestros sueños. En el siglo XIX, varios materialistas alemanes dijeron que los procesos del pensamiento se relacionan con el cerebro como la orina con los riñones y la bilis con el hígado.
–Pero tanto la orina como la bilis son algo material. El pensamiento no lo es.
–Estás tocando un punto muy importante. Puedo contarte una historia que expresa lo mismo. Érase una vez un astronauta y un neurólogo rusos que discutían sobre religión. El neurólogo era cristiano, y el astronauta no. «He estado en el espacio muchas veces», se jactó el astronauta, «pero no he visto ni a Dios ni a los ángeles». «Y yo he operado muchos cerebros inteligentes», contestó el neurólogo, «pero nunca he visto un solo pensamiento».
–Eso no significa que no existan los pensamientos.
–Pero subraya que los pensamientos no son cosas que puedan operarse o dividirse en partes cada vez más pequeñas. No resulta, por ejemplo, muy fácil extirpar, mediante una operación, una idea errónea; por algo se ha metido tan adentro. Un importante filósofo del siglo XVII, llamado Leibniz, señaló que la gran diferencia entre lo que está hecho de «materia» y lo que está hecho de «espíritu», precisamente es que lo material puede dividirse en trozos cada vez más pequeños. Pero no se puede dividir un alma en dos.
–¿Pues qué cuchillo serviría para eso?
Alberto se limitó a mover la cabeza. Señaló la mesa y dijo:
–Los dos filósofos más importantes del siglo XVII fueron Descartes y Spinoza. También ellos lucharon con cuestiones como la relación entre “alma” y “cuerpo”. Vamos a estudiarlos un poco más detenidamente.
–Por mí puedes empezar, pero si no hemos acabado a las siete tendré que llamar por teléfono.
Descartes
... quería retirar todo el viejo material de construcción...
Alberto se levantó para quitarse la capa roja que puso sobre una silla, y se volvió a acomodar en el sofá.
—René Descartes nació en 1596 y vivió una vida errante por Europa. Desde muy joven había nutrido una fuerte esperanza de conseguir conocimientos seguros sobre la naturaleza de los hombres y del universo. Pero después de haber estudiado filosofía se convenció cada vez más de su propia ignorancia.
—¿Más o menos como Sócrates?
—Mas o menos como él, sí. Como Sócrates, estaba convencido de que sólo nuestra razón puede proporcionarnos conocimientos seguros. No podemos fiarnos de lo que dicen los viejos libros. Ni siquiera podemos fiarnos de lo que nos dicen nuestros sentidos.
—Así pensó Platón, también él opinó que sólo la razón nos puede proporcionar conocimientos seguros.
—Exacto. Hay una línea que va desde Sócrates y Platón y que pasa por San Agustín antes de llegar a Descartes. Todos estos filósofos fueron racionalistas. Opinaban que la razón es la única fuente segura de conocimiento. Tras extensos estudios, Descartes llegó a la conclusión de que los conocimientos que se habían heredado de la Edad Media no eran necesariamente de fiar. En este punto quizás podríamos compararlo con Sócrates, que no se fiaba de las opiniones corrientes con las que solía encontrarse en la plaza de Atenas. ¿Y entonces qué hace uno, Sofía, me lo puedes decir?
—Entonces uno empieza a filosofar por cuenta propia.
—Justamente. Descartes decidió empezar a viajar por Europa, de la misma manera que Sócrates empleó su vida en conversar con las gentes de Atenas. Descartes nos cuenta que a partir de entonces sólo buscará aquella ciencia que pueda encontrar en él mismo o en el «gran libro del mundo». Se adhirió por tanto al servicio de la guerra, que le llevó a varios lugares de Centroeuropa. Más adelante vivió unos años en París, pero en 1629 se fue a Holanda, donde vivió casi 20 años trabajando en sus tratados filosóficos. En 1649 fue invitado a Suecia por la reina Cristina. Pero la estancia en ese lugar que él denominó la «tierra de los osos, del hielo y las rocas», le provocó una pulmonía, y Descartes murió en el invierno de 1650. —Con sólo 54 años.
—Pero llegaría a tener una gran importancia para la filosofía, incluso después de su muerte. No es ninguna exageración decir que fue Descartes quien fundó la filosofía de los tiempos modernos. Tras el entusiasta redescubrimiento del renacimiento del ser humano y de la naturaleza, surgió de nuevo una necesidad de recoger las ideas de la época en un sistema filosófico consistente. El primer gran sistematizador fue Descartes. Luego le siguieron Spinoza y Leibniz, Locke y Berkeley, Hume y Kant... —¿Qué quieres decir con un «sistema filosófico»?
—Con eso quiero decir una filosofía construida desde los cimientos y que procura encontrar una especie de esclarecimiento de todas las cuestiones filosóficas importantes. La Antigüedad había tenido grandes sistematizadores como Platón y Aristóteles. La Edad Media tuvo a Santo Tomás de Aquino, que quiso construir un puente entre la filosofía de Aristóteles y la teología cristiana. Luego llegó el Renacimiento, con un embrollo de viejos y nuevos pensamientos sobre la naturaleza y la ciencia, sobre Dios y el hombre. Hasta el siglo XVII no hubo por parte de la filosofía un intento de recoger las nuevas ideas en un sistema filosófico esclarecido.
El primero en intentarlo fue Descartes. El puso la primera piedra de lo que sería el proyecto más importante de la filosofía de las generaciones siguientes. Ante todo le interesaba averiguar lo que podemos saber, es decir, aclarar la cuestión de la «certeza de nuestro conocimiento». La otra gran cuestión que le preocupó fue la «relación entre el alma y el cuerpo». Estos dos planteamientos caracterizarían el debate filosófico durante los siguientes ciento cincuenta años.
—Entonces fue un hombre avanzado para su época.
—Si, pero también eran cuestiones que se planteaban en esa época. En lo que se refiere al problema de conseguir conocimientos indudables, muchos expresaron un escepticismo filosófico total, opinando que los hombres tendrían que resignarse a no saber nada. Pero Descartes no se resignó a eso. Si se hubiera resignado, no habría sido un verdadero filósofo. De nuevo podemos establecer un paralelismo con Sócrates, que tampoco se resignó al escepticismo de los sofistas. Precisamente en la época de Descartes la nueva ciencia había desarrollado un método que proporcionaría una descripción totalmente segura y exacta de los procesos de la naturaleza. Descartes tuvo que preguntarse si no habría también un método seguro y exacto para la reflexión filosófica.
—Entiendo.
—Pero eso sólo fue una cosa. La nueva física había planteado la cuestión sobre la naturaleza de la materia, es decir; sobre qué es lo que decide los procesos físicos de la naturaleza. Cada vez más se defendía una interpretación mecánica de la naturaleza. Pero cuanto más mecánicamente se conceptuaba el mundo físico, tanto más imperiosa se volvía la cuestión sobre la relación entre el alma y el cuerpo. Antes del siglo XVII era habitual considerar el alma como una especie de «respiración vial» que fluye por todos los seres vivos. El significado original de las palabras «alma» y «espíritu» es, de hecho, «aliento vital» o «respiración» en casi todos los idiomas europeos. Para Aristóteles el alma en algo presente en todo el organismo como «principio de la vida» de ese organismo, es decir; algo que no se podía imaginar desprendido del cuerpo. Por tanto, Aristóteles también hablaba de «alma de planta» y «alma de animal». Hasta el siglo XVII no se introdujo una separación radical entre «alma» y «cuerpo». Todos los objetos físicos, también los cuerpos de los animales y los cuerpos humanos, fueron explicados como un proceso mecánico. Pero el alma del hombre no podía formar parte de esa «maquinaria corporal». ¿Dónde estaría entonces el alma? Una cuestión importante que quedaba por explicar era cómo algo «espiritual» podía poner en marcha un proceso mecánico.
—En realidad es algo bastante curioso.
—¿Qué quieres decir?
—Decido levantar un brazo, y entonces levanto el brazo. O decido ir corriendo a coger el autobús, e instantáneamente mis piernas comienzan a correr. Otras veces puedo pensar en algo triste. De repente, mis lágrimas empiezan a brotar. Entonces tiene que haber una misteriosa relación entre el cuerpo y la conciencia.
—Precisamente este problema puso en marcha los pensamientos de Descartes. Igual que Platón, estaba convencido de que había una clarísima separación entre «espíritu» y «materia». Pero Platón no pudo responder a la pregunta de cómo el cuerpo afecta al alma, o cómo el alma afecta al cuerpo.
—Yo tampoco puedo, así que me gustada saber a qué conclusión llegó Descartes.
—Sigamos su propio razonamiento. Alberto señaló el libro que estaba sobre la mesa que había entre ellos.
—En este pequeño libro, Discurso del Método, Descartes plantea la cuestión de qué método debe emplear el filósofo cuando se dispone a solucionar un problema filosófico, pues las ciencias naturales ya tenían su nuevo método.
—Eso ya lo has dicho.
—Descartes constata primero que no podemos considerar nada como verdad si no reconocemos claramente que lo es. Para conseguir esto puede que sea necesario dividir un problema complejo en cuantas partes parciales sea posible. Entonces se puede empezar por las ideas más sencillas. Podría decirse que cada idea tendrá que «medirse y pesarse», más o menos como Galileo decía que todo tenía que medirse y que lo que no se podía medir tendría que hacerse medible. Descartes pensaba que la filosofía podía ir de lo simple a lo complejo. Así sería posible construir nuevos conocimientos. Al final había que hacer constantes recuentos y controles para poder asegurarse de que no se había omitido nada. Entonces, y no antes, puede ser alcanzable una conclusión filosófica.
—Casi suena a problema aritmético.
—Sí, Descartes quiso emplear el método matemático también en la reflexión filosófica. Quiso probar verdades filosóficas más o menos de la misma manera en la que se prueba un teorema matemático. También quiso emplear la misma herramienta que empleamos cuando trabajamos con números, es decir la razón. Pues solamente la razón nos proporciona conocimientos seguros. No resulta tan evidente que los sentidos sean de fiar. Ya hemos subrayado su parentesco con Platón, quien también señaló que las matemáticas y los números nos podían proporcionar un conocimiento más certero que los testimonios de los sentidos.
—¿Pero es posible solucionar los problemas filosóficos de ese modo?
—Volvamos al razonamiento del propio Descartes, cuya meta era lograr conocimientos certeros sobre la naturaleza de la vida. Empezó por afirmar que como punto de partida se debe dudar de todo, porque no quería edificar su sistema filosófico sobre un fondo de arena.
—Porque si fallan los cimientos podría derrumbarse todo el edificio.
—Gracias por tu ayuda, hija. No es que Descartes pensara que fuera razonable dudar de absolutamente todo, sino que en principio hay que dudar de todo. En primer lugar, no es del todo seguro que podamos continuar nuestra búsqueda filosófica leyendo a Platón o a Aristóteles, porque aunque ampliamos nuestros conocimientos históricos, no ampliamos nuestro conocimiento del mundo. Para Descartes resultaba imprescindible librarse de ideas viejas antes de comenzar su propia indagación filosófica.
—¿Quería retirar todo el viejo material de construcción antes de iniciar la nueva casa?
—Sí, con el fin de asegurarse completamente de que la nueva construcción de ideas fuera a aguantar, quería limitarse a utilizar exclusivamente material nuevo y fresco. No obstante, la duda de Descartes es más profunda que eso, pues decía que ni siquiera podemos fiarnos de lo que nos dicen nuestros sentidos. Quizás nos está tomando el pelo.
—¿Cómo?
—También cuando soñamos creemos que estamos viviendo algo real. ¿Hay en realidad, algo que distinga nuestras sensaciones en estado de vigilia de las de los sueños? «Cuando reflexiono detenidamente sobre esto, no encuentro ni un solo criterio para distinguir la vigilia del sueño», escribe Descartes. Y sigue: «¿Cómo puedes estar seguro de que tu vida entera no es un sueño?».
—Jeppe en la Montaña creía que simplemente había soñado que había dormido en la cama del barón.
—Y cuando estaba acostado en la cama del barón, creía que su vida de campesino pobre sólo había sido un sueño. De este modo, Descartes acaba por dudar absolutamente de todo. Y en este punto habían acabado sus reflexiones muchos filósofos anteriores a él.
—Entonces no llegaron muy lejos.
—Descartes, sin embargo, intentó seguir trabajando precisamente a partir de ese punto cero. Había llegado a la conclusión de que estaba dudando de todo y que eso es lo único de lo que podía estar seguro. Y ahora se le ocurre algo. De algo sí puede estar totalmente seguro a pesar de todo: de que duda. Pero, si duda, también tiene que ser seguro que piensa, y puesto que piensa tiene que ser seguro que es un sujeto que piensa. O, como él mismo lo expresa: «Cogito, ergo sum».
—¿Y eso qué significa?
—«Pienso, luego existo.»
—No me extraña mucho que llegara a esa conclusión.
—Cierto. Pero debes tomar nota de esa seguridad intuitiva con la que de repente se concibe a sí mismo como un yo pensante. A lo mejor recuerdas que según Platón lo que captamos con la razón es más real y existente que aquello que captamos con los sentidos. Lo mismo pasa con Descartes. No sólo capta que es un yo pensante, sino que al mismo tiempo entiende que este yo pensante es más real que ese mundo físico que captamos con los sentidos. Y luego continúa, Sofía. De ninguna manera ha concluido su investigación filosófica.
—Continúa, tú también.
—Ahora Descartes se pregunta si hay algo más que reconoce con la misma seguridad intuitiva que lo de la existencia del yo como sujeto pensante. Llega a la conclusión de que también tiene una idea clara y definida de un «ser perfecto». Es una idea que ha tenido siempre, y para Descartes es evidente que una idea como ésa no puede proceder de él, porque: «La idea de un ser perfecto no puede venir de algo que es imperfecto. De modo que esta idea de un ser perfecto tiene que proceder de ese mismo ser perfecto, o, con otras palabras, de Dios». En consecuencia, para Descartes resulta tan evidente que hay un Dios como que el que piensa es un ser pensante.
—Ahora me parece que empieza a sacar conclusiones demasiado rápidamente. Al principio tenía mucho cuidado.
—Si, muchos han señalado esto como el punto más débil de Descartes. Pero tú dices «conclusiones». En realidad, no se trata de ninguna prueba. Lo que opina Descartes es simplemente que todos tenemos una idea de un ser perfecto, y que resulta inherente a esta idea el que ese ser perfecto exista. Porque un ser perfecto no sería perfecto si no existiera. Y además, nosotros no tendríamos ninguna idea de un ser perfecto si no hubiera tal ser perfecto. Nosotros somos imperfectos, entonces no puede venir de nosotros la idea sobre lo perfecto. La idea de un Dios es, según Descartes, una idea innata, está impresa en nosotros desde que nacemos, de la misma manera que el artista imprime su firma en la obra».
—Pero aunque yo tenga una idea de un «cocofante», eso no quiere decir que el «cocofante» exista.
—Descartes te habría contestado que tampoco es inherente al concepto «cocofante» el que exista. En cambio, es inherente al concepto «un ser perfecto» que ese ser exista. Según Descartes esto es tan seguro como que es inherente a la idea de círculo ¿que todos los puntos del círculo se encuentren igual de lejos del centro del mismo. No puedes hablar de un círculo sin que cumpla ese requisito. De la misma manera tampoco puedes hablar de un ser perfecto que careciera de la cualidad más importante de todas, es decir, de la existencia.
—Es ésa una manera bastante especial de pensar.
—Es una manera de pensar marcadamente «racional». Descartes opinaba, como Sócrates y Platón, que hay una relación entre el pensamiento y la existencia. Cuanto más evidente resulte algo al pensamiento tanto más segura es su existencia.
—Hasta ahora ha llegado a la conclusión de que es una persona que piensa y de que hay, además, un ser perfecto.
—Y con esto como punto de partida prosigue. En cuanto a todas esas ideas que tenemos de la realidad exterior, por ejemplo del sol y de la luna, podría ser que todo fueran simplemente imaginaciones o imágenes de sueños. Pero también la realidad exterior tiene algunas cualidades que podemos reconocer con la razón. Esas cualidades son las relaciones matemáticas, es decir, todo aquello que puede medirse, como la longitud, la anchura y la profundidad. Esas cualidades «cuantitativas» son tan claras y evidentes para la razón como que yo soy un ser pensante. Por otra parte, las cualidades «cualitativas» como el color, el olor y el sabor, están relacionadas con nuestros sentidos y no describen realmente la realidad exterior.
—¿De modo que la naturaleza no es un sueño, a pesar de todo?
—No lo es, no. Y en este punto Descartes vuelve a recurrir a nuestra idea sobre un ser perfecto. Cuando nuestra razón reconoce algo clara y nítidamente, como es el caso de las relaciones matemáticas de la realidad exterior, entonces tiene que ser así. Porque un Dios perfecto no nos engañaría. Descartes invoca la «garantía de Dios» para que lo que reconocemos con nuestra razón también corresponda a algo real.
—De acuerdo. Ahora ha llegado a la conclusión de que es un ser pensante, que existe un Dios y que además existe una realidad exterior.
—Pero la realidad exterior es esencialmente distinta a la realidad del pensamiento. Descartes ya puede constatar que hay dos formas distintas de realidad, o dos sustancias. Una sustancia es el pensamiento o «alma», la otra es la extensión o «materia». El alma solamente es consciente, no ocupa lugar en el espacio y por ello tampoco puede dividirse en partes más pequeñas. La materia, sin embargo, sólo tiene extensión, ocupa lugar en el espacio y siempre puede dividirse en partes cada vez más pequeñas, pero no es consciente. Según Descartes, las dos sustancias provienen de Dios, porque sólo Dios existe independientemente de todo. Pero aunque tanto el «pensamiento» como la «extensión» provengan de Dios, las dos sustancias son totalmente independientes la una de la otra. El pensamiento es totalmente libre en relación con la materia, y viceversa: los procesos materiales también actúan totalmente independientes del pensamiento.
—Y con esto la Creación de Dios se dividió en dos.
—Exactamente. Decimos que Descartes es un dualista, es decir que realiza una clara bipartición entre la realidad espiritual y la realidad extensa. Sólo el ser humano tiene alma. Los animales pertenecen plenamente a la realidad extensa. Su vida y sus movimientos se realizan mecánicamente. Descartes consideró a los animales como una especie de autómatas complejos. En cuanto a la realidad extensa tiene, pues, un concepto totalmente mecanicista de la realidad, exactamente como los materialistas.
—Dudo mucho de que Hermes sea una máquina o un autómata. Descartes seguramente no llegaría nunca a sentir cariño por ningún animal. ¿Y nosotros mismos? ¿También somos autómatas?
—Sí y no. Descartes llegaría a pensar que el hombre es un «ser dual», que piensa pero que también ocupa espacio; lo que significa que el hombre tiene un alma y al mismo tiempo un cuerpo extenso. Aristóteles y San Agustín ya habían dicho algo parecido. Ellos opinaban que el hombre tiene un cuerpo exactamente como los animales, pero también un alma como los ángeles. Según Descartes, el cuerpo humano es una pieza de mecánica. Pero el hombre también tiene un alma que puede actuar completamente libre en relación con el cuerpo. Los procesos corporales no tienen tal libertad, sino que siguen sus propias leyes. Pero lo que pensamos con la razón no ocurre en el cuerpo, sino en el alma, que está totalmente libre en relación con la realidad extensa. A lo mejor debo añadir que Descartes no excluía la posibilidad de que también los animales pudieran pensar. Pero si poseen esa capacidad entonces la misma bipartición entre «pensamiento» y «extensión» también tiene que ser válida para ellos.
—De eso ya hemos hablado. Si decido ir corriendo a coger el autobús, entonces se pone en marcha el autómata. Y si a pesar de ello pierdo el autobús, las lágrimas empiezan a brotar.
—Ni siquiera Descartes podía negar que ocurre constantemente una alternancia de ese tipo entre el alma y el cuerpo. Opinaba que mientras el alma se encuentra en el cuerpo, está relacionada con éste mediante un órgano cerebral especial que él llamaba «glándula pineal», en la que se está realizando una continua alternancia entre «espíritu» y «materia». De esta forma el alma se deja confundir constantemente por sentimientos y afectos relacionados con las necesidades del cuerpo. No obstante, el alma puede independizarse de esos impulsos «bajos» y actuar libremente en relación al cuerpo. La meta es que la razón se encargue del control. Porque aunque la tripa me duela un montón, la suma de los ángulos de un triángulo sigue siendo 180º. De ese modo el pensamiento tiene la capacidad de elevarse por encima de las necesidades del cuerpo y actuar «razonablemente». En ese sentido el alma es totalmente superior al cuerpo. Nuestras piernas podrán hacerse viejas y pesadas, los dientes se nos podrán caer, pero 2 + 2 seguirán siendo 4 mientras nosotros sigamos conservando la razón. Pues la razón no se vuelve vieja y pesada. Es nuestro cuerpo el que envejece. Para Descartes es la propia razón la que es el «alma». Afectos y sentimientos más bajos tales como el deseo y el odio están estrechamente relacionados con las funciones del cuerpo, y por ello con la realidad extensa.
—No acabo de comprender del todo la comparación que hace Descartes del cuerpo con una máquina o un autómata.
—Esta comparación se debe a que la gente de la época de Descartes estaba fascinada por las máquinas y mecanismos de reloj que aparentemente eran capaces de funcionar por su cuenta. La palabra «autómata» significa precisamente algo que se mueve por si mimo. Evidentemente era una mera ilusión eso de que se movieran por su cuenta. Un reloj astronómico, por ejemplo, está construido por el hombre, y es el hombre el que tiene que darle cuerda. Descartes subraya que esos aparatos artificiales están compuestos de un modo muy simple, con unas cuantas piezas, si se los compara con ese montón de huesos, músculos, nervios, arterias y venas de que están compuestos los cuerpos de los animales y de los humanos. ¿Por qué no iba a hacer Dios un cuerpo de animal o de hombre basado en las leyes de la mecánica?
—Hoy en día mucha gente habla de la «inteligencia artificial».
—Entonces te refieres a los autómatas de nuestros tiempos. Hemos creado máquinas que a veces nos hacen pensar erróneamente que son realmente inteligentes. Esas máquinas habrían aterrorizado a Descartes. Quizás hubiera empezado a dudar de que la razón del hombre fue tan libre e independiente como él pensaba. Porque hay filósofos que opinan que la vida espiritual del hombre no es más libre de lo que lo son los procesos fisiológicos. Es evidente que el alma de un ser humano es infinitamente más compleja que un programa de ordenador, pero algunos opinan que en principio somos tampoco libres como lo son esos programas. Pero mira, Sofía, voy a enseñarte algo. Alberto señaló un gran escritorio en el otro extremo de la habitación. Allí había un pequeño ordenador; Se levantó y cruzó la habitación, seguido por Sofía. Alberto conectó la máquina y en seguida apareció en la parte superior de la pantalla una C:. Escribió «Laila» y dijo:
—Éste es un avanzado programa de conversación. Pronto apareció en la pantalla un texto: «Hola, me llamo Laila. ¿Estás cómoda?»
Sofía tecleó dos letras: «Sí», escribió.
Alberto le puso una silla para que se sentara. «¿Cómo te llamas?», preguntó la pantalla.
«Sofía Amundsen», escribió Sofía, y la máquina contestó. «Camino del Trébol, 3. Me alegro de conocerte, Sofía. Estás deseando que llegue tu cumpleaños, ¿verdad?» Sofía se sobresaltó.
—Solo le he dado tu nombre y tus señas además de tu fecha de nacimiento. Es como cuando te presentan a algún desconocido. De antemano, se suele contar con algunos datos informativos.
«No está mal», escribió Sofía. «¿No estarás mal, Sofía? Intenta escribir frases enteras.»
«Gracias, estoy perfectamente. ¿Puedo hacerte una pregunta?»
«Me alegro de que estés perfectamente. Pregúntame, si quieres.»
«¿Que edad tienes?», escribió Sofía.
«Fui construido en Atlanta el 8 de agosto de 1988, pero fui traducido al noruego en la Escuela Superior de Tecnología de Noruega el 28 de marzo de 1990.»
«¡Caray!»
—Te dije que tenías que escribir frases enteras.
«Sólo dije caray.»
«No entiendo argot. Conozco más de 100. 000 palabras. Pero lo más cercano a caray que conozco es «caridad». ¿Eres creyente, Sofía?»
«No lo sé.»
«El no saber suele ser una fase en el camino hacia nuevos conocimientos».
«Sócrates habría dicho lo mismo. O quizás también Descartes».
«Sócrates fue un filósofo griego que vivió del 470 al 399 a. de C. Si quieres saber más, pulsa la tecla F7. Descartes fue un filósofo francés que vivió de 1596 a 1650. Si quieres saber más, pulsa la tecla F8.»
«Gracias. Es suficiente. ¿Puedo preguntar otra cosa?»
«Me alegro de que fuera suficiente. Pregunta otra cosa.»
Alberto se moría de risa. Sofía escribió: «¿Quién es Hilde Møller Knag?»
«Hilde Møller Knag vive en Lillesand y tiene la misma edad que Sofía Amundsen. »
«¿Cómo lo sabes?»
«No sé cómo, pero lo encontré aquí en algún sitio del disco duro».
Sofía sintió una mano sobre el hombro.
—Le he dado los pocos datos que tenemos sobre Hilde.
«¿Sabes algo más de Hilde?», escribió Sofía.
«El padre de Hilde es observador de las Naciones Unidas en el Líbano. Tiene el rango de mayor y envía constantemente postales a su hija».
«¡Quiero que lo busques!»
«No puedo. No está en mis archivos, y yo no estoy conectado a ninguna otra base de datos.»
«¡¡¡Dije que lo buscaras!!!»
«¿Estás enfadada, Sofía? Tantas exclamaciones son un claro indicio de sentimientos agitados. »
«¡Quiero hablar con el padre de Hilde!»
«Tienes problemas para controlar tu voluntad. Si quieres hablar de tu infancia puedes pulsar la tecla F9. »
Alberto volvió a poner su mano sobre el hombro de Sofía.
—Tiene razón. Esto no es ninguna bola de cristal, hija mía. «Laila» no es más que un programa de ordenador.
«¡Cállate!», escribió Sofía.
«Como quieras, Sofía. Nuestra amistad sólo ha durado 13 minutos y 52 segundos. Me acordaré de todo lo que hemos dicho. Ahora interrumpo el programa. »
Volvió a aparecer el signo C: en la pantalla.
—Volvamos a sentarnos —dijo Alberto.
Pero Sofía ya había tecleado nuevas letras. «Knag», había escrito. A continuación apareció en la pantalla el siguiente mensaje:
«Aquí estoy. »
Ahora fue Alberto quien se sobresaltó.
«¿Quién eres?», escribió Sofía.
«El mayor Albert Knag a su servicio. Estoy conectando directamente desde el Líbano. ¿Qué desean los señores?»
—¿Pero qué es esto? —suspiró Alberto—.
El muy fresco ha logrado meterse en el disco duro. Empujó a Sofía para que se quitara de la silla y se sentó delante del teclado.
«¿Cómo demonios conseguiste meterte en mi ordenador?», escribió.
«Una menudencia, querido colega. Soy muy preciso al elegir dónde quiero aparecer»
« ¡Asqueroso virus informático!»
«Bueno, bueno. Por el momento actúo como virus de cumpleaños. ¿Me permiten enviar un saludo especial?»
«Gracias, empezamos a tener de sobra».
«Me daré mucha prisa. Todo esto es en tu honor, querida Hilde. De nuevo te felicito con todo mi corazón en el día de tu cumpleaños. Tendrás que perdonar las circunstancias, pero quiero que mis felicitaciones crezcan por todas partes a tu alrededor. Recuerdos de papá, que está añorando poder abrazarte».
Antes de que Alberto tuviera tiempo de escribir algo más, volvió a aparecer el signo C: en la pantalla. Alberto tecleó «dir knag*.*» y el siguiente mensaje apareció en la pantalla.
knag.lib 147.643 15/06/90 12.47
knag.lil 326.439 23/06/90 22.34
Alberto escribió: «erase knag*.*» y apagó el ordenador.
—Bueno, ya lo he quitado —dijo—. Pero es imposible saber dónde puede volver a aparecer. Se quedó sentado mirando fijamente la pantalla del ordenador.
 Añadió: —Lo peor de todo era el nombre: Albert Knag... Hasta ahora Sofía no se había fijado en la similitud de los nombres: Albert Knag y Alberto Knox. Pero Alberto estaba tan excitado que no se atrevió a decir nada. Volvieron a sentarse junto a la mesa.
Spinoza
... Dios no es un titiritero...
Llevaban mucho tiempo sentados sin decir nada. Al final Sofía dijo algo sólo para desviar los pensamientos de Alberto.
–Descartes debió de ser una persona muy singular. ¿Se hizo famoso?
Alberto respiró hondo un par de veces antes de contestar.
–Ejerció una gran influencia. Lo más importante quizás fue la influencia que tuvo sobre otro gran filósofo. Me refiero al holandés Baruch Spinoza, que vivió de 1632 a 1677.
–¿Vas a hablar también de él?
–Así lo tenía planeado, sí. No nos dejemos detener por provocaciones militares.
–Soy todo oídos.
–Spinoza pertenecía a la comunidad judía de Ansterdam, pero pronto fue excomulgado y expulsado de la sinagoga por heterodoxo. Pocos filósofos en la era moderna han sido tan calumniados y perseguidos por sus ideas como este hombre. Incluso fue víctima de un intento de asesinato. La causa era sus críticas a la religión oficial. Pensaba que lo único que mantenía vivo tanto al cristianismo como al judaísmo eran los dogmas anticuados y los ritos externos. Fue el primero en emplear lo que llamamos una visión «crítico-histórica» de la Biblia.
–¡Explícate!
–Negó que la Biblia estuviera inspirada por Dios. Cuando leemos la Biblia debemos tener siempre presente la época en la fue escrita. Una lectura crítica de este tipo también revelará una serie de discrepancias entre las distintas escrituras. No obstante bajo la superficie de las escrituras del Nuevo Testamento, nos encontramos a Jesús, que muy bien puede ser denominado el  portavoz de Dios. Porque la predicación de Jesús representó precisamente una liberación del anquilosado judaísmo. Jesús predicó una religión de la «razón» que ponía el amor sobre todas las cosas, y aquí Spinoza se refiere tanto al amor a Dios como al amor al prójimo. Pero el cristianismo también quedó pronto anquilosado en dogmas fijos y ritos externos.
–Entiendo que ideas como ésas no fueran fácilmente aceptadas por las iglesias y sinagogas.
–Cuando la situación se agravó, Spinoza fue abandonado incluso por su propia familia, que intentó desheredarle debido a su heterodoxia. Lo paradójico es que pocos han hablado tanto a favor de la libertad de expresión y de la tolerancia religiosa como Spinoza. Toda esa oposición con la que se topó dio lugar a que viviera una vida tranquila enteramente dedicada a la filosofía. Para ganarse el sustento pulía vidrios ópticos. Algunas de esas lentes son las que están ahora en mi poder.
–Impresionante.
–Casi tiene algo de simbólico que viviera de pulir lentes, pues los filósofos deben ayudar a los hombres a ver la existencia desde una nueva perspectiva. Un punto de la filosofía de Spinoza es precisamente ver las cosas Bajo «el ángulo de la eternidad».
–¿Bajo el ángulo de la eternidad?
–Sí, Sofía. ¿Crees que serías capaz de ver tu propia vida en un contexto cósmico? En ese caso tendrías que cerrar los ojos a ti misma y a tu vida aquí y ahora...
–Hmm... no es fácil.
–Recuérdate a ti misma que sólo vives una minúscula parte de la vida de toda la naturaleza. Tú formas parte de un contexto inmenso.
–Creo que entiendo lo que quieres decir.
–¿Eres capaz de captarlo? ¿Eres capaz de captar toda la naturaleza de una vez... sí, el universo entero con una sola mirada.
–Depende. Quizás me hicieran falta algunos vidrios ópticos.
–No estoy pensando sólo en el inmenso espacio. También pienso en un inmenso espacio de tiempo. Hace treinta mil años vivió un niño en el valle del Rhin. Formaba una minúscula parte de la naturaleza, un exiguo rizo en un mar inmenso. De la misma manera vives tú Sofía, una minúscula parte de la vida de la naturaleza. No hay ninguna diferencia entre tú y ese niño.
–Al menos yo vivo ahora.
–De acuerdo, pero precisamente era a ese tipo de pensamiento al que deberías cerrar los ojos. ¿Quién serás tú dentro de treinta mil años?
–¿Ésa fue la heterodoxia?
–Bueno... Spinoza no sólo dijo que todo lo que existe es naturaleza, también decía que Dios es igual a Naturaleza. Veía a Dios en todo lo que existe, y veía todo lo que existe en Dios.
–Entonces era un panteísta.
–Cierto. Para Spinoza Dios no creó el mundo quedándose fuera de su Creación. No, Dios es el mundo. A veces se expresa de una manera un poco distinta. Afirma que el mundo está en Dios.
Sobre este punto se remite al discurso de San Pablo en el monte del Areópago. «En Él vivimos, nos movemos v existimos», había dicho San Pablo. Pero sigamos ahora el ra zonamiento del propio Spinoza. Su libro más importante fue “Ética demostrada según el orden geométrico.”
–¿Ética... y método geométrico?
–A lo mejor suena raro a nuestros oídos. Con la palabra «ética», los filósofos se refieren a la enseñanza de cómo debemos vivir para conseguir la felicidad. Es en ese sentido en el que hablamos de la ética de Sócrates y Aristóteles. Es en nuestros días cuando la ética se ha visto reducida a ciertas reglas de cómo vivir para no molestar a los demás.
–¿Porque pensar en la propia felicidad es ser egoísta?
–Algo así, sí. Cuando Spinoza utiliza la palabra «ética» podría traducirse tanto por «arte de vivir» como por «moral».
–Pero... «arte de vivir según el orden geométrico»?
–El método geométrico se refiere al lenguaje o la forma de presentación. Acuérdate de que Descartes también quería emplear el método matemático para la reflexión filosófica. Con esto quería decir una reflexión filosófica construida sobre conclusiones rígidas.
Spinoza sigue esta tradición racionalista. En su ética quería mostrar cómo la vida del hombre está condicionada por las leyes de la naturaleza. Por ello debemos liberarnos de nuestros sentimientos y afectos, para así encontrar la paz y poder ser felices, opinaba él.
–¿Pero no estamos determinados únicamente por las leyes de la naturaleza?
–Bueno, Spinoza no es un filósofo fácil de entender, Sofía. Iremos por partes. Supongo que te acordarás de que Descartes opinaba que la realidad está compuesta de dos sus-tancias claramente diferenciadas, el «pensamiento» y la «extensión».
–¿Cómo podría haberlo olvidado en tan poco tiempo?
–La palabra «sustancia» puede traducirse por aquello de lo que algo consta, aquello que en el fondo es o de lo que proviene.
Descartes hablaba pues de dos sustancias. Todo es «pensamiento» o «extensión», decía.
–No necesito que me lo repitas.
–Pero Spinoza no admitió esa distinción. Opinaba que sólo hay una sustancia. Todo lo que existe proviene de lo mis-mo, decía. Y lo llamaba «Sustancia». Otras veces lo llamaba Dios o Naturaleza.
Por lo tanto Spinoza no tiene una concepción dualista de la realidad como la tenía Descartes. Decimos que es monista, lo que quiere decir que reconduce toda la naturaleza v todas las circunstancias de la vida a una sola sustancia.
–Difícilmente se puede estar más en desacuerdo.
–La diferencia entre Descartes y Spinoza no es tan grande como a veces se ha dicho. También Descartes señaló que sólo Dios existe por sí mismo. No obstante, cuando Spinoza equipara a Dios con la naturaleza, o a Dios con la Creación, se aleja mucho de Descartes y también de los conceptos judíos y cristianos.
–Porque en ese caso la naturaleza es Dios, y se acabó.
–Pero cuando Spinoza emplea la palabra «naturaleza» no sólo piensa en la naturaleza extensa. Con «Sustancia», «Dios» o «Naturaleza» quiere decir «todo lo que existe», también lo relativo al espíritu.
–Es decir «pensamiento» y «extensión».
–Pues eso. Según Spinoza, los seres humanos conocemos dos de las cualidades o formas de aparición de Dios. Spinoza llama a estas cualidades «atributos» de Dios, y esos atributos son precisamente el «pensamiento» y la «extensión» de Descartes. Dios, o la Naturaleza, aparece, bien como pensamiento, bien como materia extendida. Puede que Dios tenga muchas más cualidades, además del pensamiento y la extensión, pero sólo estos dos atributos son conocidos por los hombres.
–Vale, pero me parece una manera muy retorcida de decirlo.
–Sí, hay que utilizar martillo y cincel para penetrar en el lenguaje de Spinoza. Por lo menos es un consuelo que uno al final encuentre una idea tan cristalina como un diamante.
–La estoy esperando.
–Todo lo que hay en la naturaleza es por tanto pensamiento o extensión. Cada uno de los fenómenos con los que nos encontramos en la vida cotidiana, por ejemplo una flor o un poema, constituyen diferentes modos del atributo del pensamiento o de la extensión. Una flor es un modo del atributo de la extensión, y un poema sobre esa misma flor es un modo del atributo del pensamiento. Pero las dos cosas son en último término la expresión de Sustancia, Dios o Naturaleza.
–¡Vaya tío!
–Pero sólo es su lenguaje lo que es complicado. Debajo de esas formulaciones tan retorcidas hay una maravillosa consciencia tan extremadamente sencilla que el lenguaje cotidiano no es capaz de explicar.
–A pesar de todo creo que prefiero el lenguaje cotidiano.
–Está bien. Empezaré por ti. Cuando te duele la tripa, ¿quién sufre el dolor?
–Tú lo has dicho. Yo.
–Correcto. Y cuando más adelante piensas en aquella vez en que te dolió la tripa, entonces ¿quién piensa?
–También yo.
–Porque eres una sola persona que en un momento puede tener dolor de tripa y en otro ser presa de una emoción. De esa manera, Spinoza pensó que todas las cosas físicas que existen o acontecen en nuestro entorno, son expresiones de Dios o de la Naturaleza.
Así, todos los pensamientos que se piensan son pensamientos de Dios o de la Naturaleza. Porque todo es Uno. Sólo hay un Dios, una Naturaleza o una Sustancia.
–Pero cuando pienso algo, soy yo quien pienso. Y cuando me muevo soy yo quien me muevo. ¿Por qué mezclar a Dios en esto?
–Me gusta tu apasionamiento. ¿Pero quién eres tú? Eres Sofía Amundsen, pero también eres la expresión de algo infinitamente más grande. Puedes muy bien decir que tu piensas, o que tú te mueves, ¿pero no puedes decir también que es la naturaleza la que piensa tus pensamientos o que es la naturaleza la que se mueve en ti? Es más bien una cuestión de la lente con que se mire.
–¿Quieres decir que no decido sobre mí misma?
–Bueno, a lo mejor tienes una especie de libertad para mover el dedo meñique, si quieres. Pero ese dedo sólo puede moverse según su naturaleza. No puede saltar de la mano o botar por la habitación. De la misma manera también tú tienes tu lugar en el Todo, hija mía. Eres Sofía, pero también eres un dedo en el cuerpo de Dios.
–¿De modo que es Dios quien decide todo lo que hago?
–O la naturaleza o las leyes de la naturaleza. Spinoza pensaba que Dios, o las leyes de la naturaleza, son la causa in-terna de todo lo que ocurre. El no es una causa externa, porque Dios se expresa exclusivamente mediante las leyes de la naturaleza.
–No sé si veo la diferencia.
–Dios no es un titiritero que tira de todos los hilos y así decide todo lo que ocurre. Un titiritero dirige a los títeres desde fuera y es por lo tanto la «causa externa» de los movimientos de los títeres. No es así como Dios dirige el mundo. Dios dirige el mundo mediante las leyes de la naturaleza. De esa manera “Dios o la naturaleza” es la  «causa interna» de todo lo que ocurre. Es decir que todo lo que ocurre en la naturaleza ocurre necesariamente. Spinoza tenía una visión determinista de la vida de la naturaleza.
–Me parece haberte oído decir algo parecido antes.
–Tal vez estés pensando en los estoicos. También ellos afirmaron que todo ocurre necesariamente. Por eso era tan importante responder a todo lo que sucede con una «serenidad estoica». Los hombres no debían dejarse llevar por sus emociones. Ésta es también, muy resumida, la ética de Spinoza.
–Creo que entiendo lo que quiere decir. Pero no me gusta pensar que no decido sobre mí misma.
–Vamos a centrarnos de nuevo en aquel niño de la Edad de Piedra que vivió hace treinta mil años. Conforme iba creciendo tiraba jabalinas a los animales salvajes, amó a una mujer que se convirtió en la madre de sus hijos, y además segura-mente adoraba a los dioses de la tribu. ¿Piensas que él decidía todo esto?
–No sé.
–O piensa en un león en África. ¿Crees que es él el que decide vivir como una fiera? ¿Por eso se lanza encima de un antílope cojo? ¿No debería haber decidido vivir como vegetariano?
–No, el león vive según su naturaleza.
–O, con otras palabras, según las leyes de la naturaleza. Eso lo haces tú también, Sofía, porque tú también eres naturaleza. Ahora podrás objetar, con el apoyo de Descartes, que el león es un animal y no un ser humano con capacidad espiritual libre. Pero piensa en un niño recién nacido. Llora y grita, y si no se le da leche se chupa el dedo. ¿Tiene este bebé una voluntad libre?
–No.
–¿Entonces cuándo obtiene el niño la libre voluntad? A los dos años corretea por todas partes señalando lo que hay a su alrededor. A los tres da la lata a su mamá y a los cuatro de pronto le entra miedo de la oscuridad. ¿Dónde está la libertad, Sofía?
–No lo sé.
–A los quince años se pone delante del espejo y hace pruebas con el maquillaje. ¿Es ahora cuando toma sus propias decisiones personales y hace lo que quiere?
–Entiendo lo que quieres decir.
–Ella es Sofía Amundsen, ya lo creo. Pero también vive según las leyes de la naturaleza. Lo que pasa es que no se da cuenta de eso porque hay muchas y muy complejas causas detrás de cada cosa que hace.
–No creo que quiera oír ya más.
–De todos modos has de contestar a una última pregunta. Dos árboles de la misma edad crecen en un gran jardín. Uno de ellos crece en un lugar con mucho sol y tiene fácil acceso a tierra nutritiva y al agua. El otro árbol crece en una tierra mala en un sitio de mucha sombra. ¿Cuál de los dos árboles crees que se hará más grande? ¿Y cuál de los dos dará más frutos?
–Naturalmente, el árbol que ha tenido las mejores condiciones de crecimiento.
–Según Spinoza ese árbol es libre. Ha tenido una libertad total para desarrollar sus posibilidades inherentes. Pero si es un manzano no ha tenido posibilidad de dar peras o ciruelas. Lo mismo ocurre con los seres humanos. Se nos puede inhibir nuestra evolución y nuestro crecimiento personal por ejemplo mediante determinadas condiciones políticas. De esa manera, una fuerza exterior nos puede poner impedimentos. Sólo vivimos como seres libres cuando podemos desarrollar «libremente» nuestras posibilidades inherentes. Pero estamos tan determinados por disposiciones internas y condiciones externas como aquel niño del valle del Rhin en la Edad de Piedra, el león de Africa o el manzano del jardín.
–Estoy a punto de resignarme.
–Spinoza afirma que sólo un ser que plenamente es la «causa de sí mismo» puede actuar en total libertad. Sólo Dios o la naturaleza presentan una actividad así de libre y «no casual». Un ser humano puede esforzarse por conseguir una libertad que le permita vivir sin presiones externas. Pero jamás conseguirá una «voluntad libre».
Nosotros no decidimos todo lo que ocurre con nuestro cuerpo, que es un modo del atributo de la extensión. Tampoco elegimos lo que pensamos. El hombre no tiene por tanto un «alma libre» que está más o menos presa en un cuerpo mecánico.
–Eso me resulta un poco dificil de entender.
–Spinoza pensaba que son las pasiones de los seres humanos, por ejemplo la ambición, el deseo, las que nos impiden lograr la verdadera felicidad y armonía. No obstante, si reconocemos que todo ocurre por necesidad, podremos lograr un reconocimiento intuitivo de la naturaleza como tal. Podremos llegar a una vivencia cristalina del contexto de todas las cosas, de que todo es Uno. La meta es captar todo lo que existe con una sola mirada panorámica.
Hasta entonces no podremos alcanzar la máxima felicidad y serenidad de espíritu. Esto fue lo que Spinoza llamó ver todo «sub specie aeternitatis».
–¿Y qué significa?
–”Ver todo bajo el ángulo de la eternidad”. ¿No fue por donde empezamos?
–Y por donde tenemos que acabar. Me tengo que ir corriendo a casa.
Alberto se levantó y bajó a la mesa una gran fuente de fruta de la librería.
–¿No quieres una fruta antes de irte?
Sofía se sirvió un plátano. Alberto cogió una manzana verde. Ella rompió la parte superior del plátano y empezó a quitar la cáscara.
–Aquí pone algo –dijo de repente.
–¿Dónde?
–Aquí... en la parte interior de la cáscara del plátano. Parece como si estuviera escrito algo con rotulador negro...
Sofía se inclinó hacía Alberto para enseñarle el plátano.
“Aquí estoy de nuevo, Hilde. Estoy en todas partes, hijita. Felicidades.”
–¡Qué divertido! –dijo Sofía.
–Se vuelve cada vez más astuto.
–¿Pero no es... totalmente imposible? ¿Sabes si se cultivan plátanos en el Líbano?
Alberto dijo que no con la cabeza.
–No me lo comeré.
–Déjalo entonces. Una persona que escribe felicitaciones a su hija en el interior de un plátano no pelado tiene que estar loco. Pero también tiene que ser bastante listo...
–Sí, las dos cosas.
–¿Entonces podemos afirmar aquí y ahora que Hilde tiene un padre listo? No es tonto, vamos.
–Ya lo dije. Y entonces puede que sea él quien te hiciera llamarme Hilde la última vez que estuve aquí. Puede ser él quien nos ponga todas las palabras en la boca.
–No se debe excluir ninguna posibilidad. Pero hay que dudar de todo.
–Por lo que sabemos, puede que toda nuestra existencia sea un sueño.
–Pero no debemos precipitarnos. Todo puede tener una explicación más sencilla.
–Sea lo que sea, tengo que darme prisa. Mi madre me está esperando.
Alberto acompañó a Sofía a la puerta. En el momento en que se marchaba él dijo:
–Volveremos a vernos, querida Hilde.
Al instante siguiente, la puerta se había cerrado tras ella.

Locke
... tan vacía y falta de contenido como la pizarra antes de entrar el profesor en la clase...
Sofía llegó a casa a las ocho y media, hora y media después de lo acordado, que en realidad no había sido ningún acuerdo; simplemente se había saltado la comida y dejado una nota a su madre diciendo que volvería a las siete como muy tarde.
–Así no podemos seguir; Sofía. He tenido que llamar a Información para preguntar si había algún Alberto en el casco viejo. Se rieron de mí.
–No fue fácil librarse. Creo que estamos a punto de resolver un gran misterio.
–¡Tonterías!
–No, es verdad.
–¿Le invitaste a la fiesta del jardín?
–Ah no, se me olvidó.
–Pues ahora te exijo que me lo presentes. Mañana mismo. No es sano para una chica joven verse tanto con un señor mayor.
–No tienes ninguna razón para tener miedo de Alberto. Quizás sea peor el padre de Hilde.
–¿Quién es Hilde?
–La hija de ese que está en el Líbano. Creo que es un verdadero granuja. Tal vez controle el mundo entero...
–Si no me presentas inniediatamente a ese Alberto, te prohíbo que lo vuelvas a ver. No estaré segura hasta no haber visto su aspecto.
De repente, a Sofía se le ocurrió una idea. Subió corriendo a su habitación.
–¿Pero qué te pasa? –gritó la madre por la escalera.
Sofía volvió enseguida al salón.
–Ahora mismo vas a ver qué aspecto tiene. Y entonces espero que me dejes en paz.
Y con una cinta de video en la mano, se acercó al televisor.
–¿Te ha dado una cinta de vídeo?
–De Atenas...
Las imágenes de la Acrópolis comenzaron a aparecer en la pantalla. La madre se sentó, muda de asombro cuando Alberto apareció en la pantalla y comenzó a dirigirse directamente a Sofía.
Solía también se fijó en algo que ya tenía olvidado. En la Acrópolis había muchísima gente de diversas agencias de viajes. En medio de uno de los grupos se veía un pequeño cartel en el que ponía «HILDE»...
Alberto prosiguió su paseo por la Acrópolis. Luego bajó por la parte de la entrada y se colocó en el monte del Areópago, desde donde San Pablo había hablado a los atenienses. Continuó hablando a Sofía desde la antigua plaza.
La madre seguía sentada comentando el vídeo con frases entrecortadas.
–Increíble... ¿ése es Alberto? De él viene lo de ese conejo...
Bueno, pues sí, realmente te está hablando a ti, Sofía. Yo no sabía que San Pablo hubiera estado en Atenas...
El vídeo se estaba aproximando al punto en el que la antigua Atenas renace de repente de las ruinas. Sofía se apresuró a parar la cinta en el último momento. Ya le había presentado a su madre a Alberto, no haría falta presentarle también a Platón.
Se hizo un silencio total en el salón.
–¿No te parece un tío bastante majo? –preguntó Sofía en broma.
–Pero tiene que ser una persona extraña para dejarse filmar en Atenas sólo con el fin de enviar la película a una muchacha que apenas conoce. ¿Cuándo estuvo en Atenas?
–Ni idea.
–Y también hay algo más...
–¿Qué?
–Se parece muchísimo a ese mayor que vivió algunos años en aquella cabaña del bosque.
–Entonces quizás sea él, mamá.
–Pero nadie le ha vuelto a ver desde hace quince años.
–Tal vez haya estado viviendo por ahí. En Atenas, por ejemplo.
La madre dijo que no con la cabeza.
–Cuando yo le vi alguna vez en los años setenta no era ni un día más joven que este Alberto que acabo de ver ahora. Tenía un apellido extranjero...
–¿Knox?
–Sí, quizás fuera eso, Sofía. Tal vez se llamara Knox.
–¿O sería Knag?
–No, no soy capaz de acordarme... ¿De qué Knox o Knag estás hablando?
–Uno es Alberto, el otro es el padre de Hilde.
–Creo que me voy a volver loca.
–¿Hay algo para comer?
–Puedes calentar las albóndigas.
Pasaron exactamente dos semanas sin que Sofía supiera nada más de Alberto. Recibió una nueva postal de cumpleaños para Hilde, pero aunque el día se iba acercando no recibía ninguna postal para ella misma.
Una tarde Sofía bajó al casco viejo y llamó a la puerta de Alberto. No estaba en casa, pero había una nota en la puerta que decía:
¡Felicidades, querida Hilde! El momento crucial está cerca. El momento de la verdad, hija mia. Cada vez que pienso en ello me río tanto que por poco me parto. Tiene que ver con Berkeley, claro. ¡Espera y verás!
Solía arrancó la nota y la metió en el buzón de Alberto antes de marcharse.
¡Vaya faena! ¿Se habría marchado Alberto de nuevo a Atenas? ¿Cómo podía dejar a Sofía sola con todas esas preguntas sin contestar?
Cuando volvió del colegio el jueves 14 de junio, encontró a Hermes en el jardín. Sofía se precipitó hacia él y el perro le saltó encima de alegría. Ella le abrazó como si el perro fuera a solucionar todos los misterios.
De nuevo dejó una nota para su madre, pero esta vez también le dejó la dirección de Alberto.
Atravesando la ciudad con Hermes, Sofía pensó en el día siguiente. No tanto en su propio cumpleaños, que no celebraría de verdad hasta la noche de San Juan, sino en el de Hilde. Sofía estaba convencida de que ese día sucedería algo extraordinario. Al menos, las felicitaciones del Líbano dejarían de llegar.
Pasaron un parque infantil de camino a casa de Alberto. Allí Hermes se detuvo delante de un banco, como indicando a Sofía que se sentara.
Se sentó y acarició la nuca del perro amarillo mirándole a los ojos. Notó como unas fuertes sacudidas por el cuerpo del perro. Está a punto de ladrar, pensó Sofía. Sus mandíbulas comenzaron de repente a vibrar; pero Hermes ni ladró ni gruñó. Abrió la boca y dijo:
-¡Felicidades, Hilde!
Sofía se quedó como petrificada. ¿Le había hablado el perro?
Habrían sido imaginaciones porque en ese momento estaba pensando en Hilde. No obstante, en su interior estaba convencida de que Hermes había pronunciado esa palabra con una voz de bajo muy sonora.
Al instante siguiente todo estaba como antes. Hermes ladró un par de veces, como para disimular que acababa de hablar con voz humana. Al entrar en el portal de Alberto, Sofía echó una mirada al cielo. Hasta entonces había hecho buen tiempo, pero ahora había pesadas nubes en la lejanía.
Cuando Alberto abrió la puerta Sofía dijo:
–No quiero frases de cortesía. Eres muy tonto, y tú lo sabes.
–¿Qué pasa ahora, hija mía?
–El mayor ha enseñado a hablar a Hermes.
–Vaya por Dios. ¿Hasta esos extremos llega?
–Pues sí, hasta esos extremos.
–¿Y qué dijo?
–Puedes adivinarlo.
–Supongo que dijo «felicidades» o algo así.
–Justo.
Alberto dejó entrar a Sofía. También hoy llevaba un nuevo disfraz. No era muy diferente al de la otra vez, pero hoy no llevaba tantos lazos ni cintas ni encajes.
–Pero hay algo más –dijo Sofía.
–¿En qué estás pensando?
–¿No encontraste la nota en el buzón?
–Ah, sí, la tiré en seguida.
–Por mí que le parta un rayo cada vez que piensa en Berkeley. Pero
no sé qué tiene ese filósofo para que el otro reaccione así.
–Esperaremos a ver
–Pero toca hoy.
–Es hoy, si.
Alberto se acomodó. Luego dijo:
–La última vez que estuvimos aquí sentados te hablé de Descartes y Spinoza. Dijimos que tenían una importante cosa en común: los dos eran racionalistas.
–Y un racionalista es uno que tiene mucha fe en la razón.
–Sí, un racionalista cree en la razón como fuente de conocimientos. Opina que el ser humano nace con ciertas ideas, que existen por tanto en la conciencia de los hombres antes de cualquier experiencia. Y cuanto más clara es la idea, mayor es la seguridad de que corresponde a algo real. Recordarás que Descartes tenía una clarísima imagen de lo que es un «ser perfecto». Partiendo de esta idea deduce que verdaderamente existe un Dios.
–No me suelo olvidar de las cosas.
–Este modo racionalista de pensar era típico de la filosofía del siglo XVII, y también había sido corriente en la Edad Media. Lo recordamos de Platón y de Sócrates. Pero en el siglo XVII estuvo expuesto a críticas cada vez más profundas. Varios filósofos adoptaron el punto de vista de que no tenemos absolutamente ningún contenido en la conciencia antes de adquírir nuestras experiencias mediante los sentidos. Este punto de vista se llama empirismo.
–¿Y de esos empiristas me vas a hablar hoy?
–Lo intentaré. Los empiristas, o filósofos de la experiencia, más importantes fueron Locke, Berkeley y Hume, y los tres eran británicos. Los racionalistas dominantes en el siglo XVII eran el francés Descartes, el holandés Spinoza y el alemán Leibniz. Por ello solemos distinguir entre el empirismo británico y el racionalismo continental.
–Vale, pero son demasiadas palabras. ¿Puedes repetir lo que significa empirismo?
–Un empirista desea hacer derivar todo conocimiento sobre el mundo de lo que nos cuentan nuestros sentidos. La formula clásica de una actitud empírica viene de Aristoteles, quien dijo que no hay nada en la conciencia que no haya estado antes en los sentidos». Este punto de vista implicaba una crítica acentuada de Platón, que había opinado que los hombres traían consigo una serie de «ideas» innatas del mundo de las Ideas. Locke retoma las palabras de Aristóteles, y las dirige contra Descartes.
–¿No hay nada en la conciencia... que no haya estado antes en los sentidos?
–No tenemos ninguna idea innata sobre el mundo. En realidad no sabemos nada de este mundo en el que nos han colocado antes de haberlo visto, Si tenemos una idea o un concepto que no se puede conectar con hechos experimentados, se trata de un concepto o de una idea falsa. Cuando por ejemplo usamos palabras como «Dios», «eternidad» o «sustancia», la razón funciona sin combustible, porque nadie ha llegado a conocer ni a Dios, ni la eternidad, ni aquello que los filósofos llaman «sustancia». De esa forma se pueden escribir tesis eruditas que en el fondo no condenen ningún tipo de conocimiento nuevo. Un sistema filosófico de esa clase puede parecer impresionante, pero no son más que quimeras. Los filósofos de los siglos XVII y XVIII habían heredado una serie de tesis eruditas de ese tipo. Ahiora había que estudiarlas con lupa. Había que limpiarlas de vacíos. Quizás pudiéramos compararlo con el lavado del oro. La mayor parte es arena pero, dentro, resplandecen las pepitas de oro.
–¿Entonces esas pepitas de oro son conocimientos auténticos?
–O, por lo menos, pensamientos que se pueden relacionar con los conocimientos humanos. Para los empiristas británicos era muy importante analizar todas las ideas humanas, con el fin de ver si podían ser demostradas mediante experiencias auténticas. Pero vayamos por partes y estudiemos un filósofo cada vez.
–¡Empieza!.
–El primero fue el inglés John Locke, que vivió entre 1632-1704. Su libro más importante se tituló Ensayo sobre el conocímiento humano y fue publicado en 1690. Locke intenta aclarar dos cuestiones. En primer lugar pregunta de dónde recibe el ser humano sus ideas y conceptos. En segundo lugar si podemos fiarnos de lo que nos cuentan nuestros sentidos.
–No es exactamente un proyecto pequeño.
–Estudiemos un problema cada vez. Locke está convencido de que todo lo que tenemos de pensamientos y conceptos son sólo reflejos de lo que hemos visto y oído. Antes de captar algo con nuestros sentidos, nuestra conciencia es como una «tábula rasa», o «pizarra en blanco».
–Con que lo hubieras dicho en noruego hubiera sido suficiente.
–Antes de captar algo con los sentidos, la conciencia está tan vacía y falta de contenido como la pizarra antes de en-trar el profesor en la clase. Locke también compara la conciencia con una habitación sin amueblar. Pero luego empezamos a captar con los sentidos. Vemos el mundo a nuestro alrededor, saboreamos, olemos y oímos. Y nadie lo hace con más intensidad que los niños pequeños. De esta manera surgen lo que Locke llama «ideas simples de los  sentidos». Pero la conciencia no sólo recibe esas impresiones externas de un modo pasivo. Algo sucede también dentro de la conciencia. Las ideas simples de los sentidos son elaboradas mediante el pensamiento, el razonamiento, la fe y la duda. Así surge lo que Locke llama «ideas de reflexión de los sentidos».
Como ves, distingue entre «sentir» y «reflexionar». Pues la conciencia no es siempre una receptora pasiva. Ordena y elabora todas las sensaciones que entran poco a poco en la conciencia. Hay que estar en guardia.
–¿En guardia?
–Locke subraya que lo único que recibimos a través de los sentidos son impresiones simples. Cuando me como una manzana, por ejemplo, no capto con los sentidos toda la manzana en una sola sensación. En realidad recibo una serie de esas «sensaciones sencillas», como que algo es verde, huele a fresco y sabe jugoso y ácido. Después de haber comido muchas veces una manzana, soy consciente de estar comiendo una manzana. Cuando éramos pequeños y probamos por primera vez una manzana, no tuvimos esa sensación. Pero vimos algo verde, saboreamos algo fresco y jugoso, y también un poco ácido. Poco a poco vamos juntando esas sensaciones formando conceptos como «manzana», «pera» o «naranja». Pero todo el material de nuestro conocimiento sobre el mundo entra al fin y al cabo por los sentidos. Por lo tanto, los conocimientos que no pueden derivarse de sensaciones simples, son conocimientos falsos y deben ser rechazados.
–Al menos podemos estar seguros de que lo que vemos y oímos, olemos y saboreamos es como verdaderamente lo sentimos.
–Sí y no. Esta es la egunda pregunta a la que Locke intenta contestar. Primero ha contestado a la pregunta dónde recibimos nuestras ideas y conceptos. Pero luego también se pregunta si el mundo realmente es como nosotros lo percibimos. Porque eso, Sofía, no resulta tan evidente. No hay que precipitarse demasiado. Eso es lo único que un filósofo no se puede permitir.
–No digo nada.
–Locke distinguía entre lo que llamaba cualidades «primarias» y «secundarias» de los sentidos. En este punto entronca con los filósofos anteriores a él, por ejemplo con Descartes.
–¡Explícate!
–Con «cualidades primarias de los sentidos», se refiere a la extensión de las cosas; su peso, forma, movimiento, número. En cuanto a estas cualidades podemos estar seguros de que los sentidos reproducen las verdaderas cualidades de las cosas. Pero también captamos otras cualidades de las cosas. Decimos si algo es dulce o agrio, verde o rojo o frío o caliente. Locke llamaba a éstas «cualidades secundarias de los sentidos». Y estas sensaciones, como color, olor, sabor o sonido, no reflejan las verdaderas cualidades que son inherentes a las cosas mismas, sino que sólo reflejan la influencia de la realidad exterior sobre nuestros sentidos.
–Sobre los gustos no se puede discutir.
–Exactamente. Las cualidades primarias, tales como tamaño y peso, es algo sobre lo que todo el mundo puede estar de acuerdo, porque están en las cosas mismas. Pero las cualidades secundarias, tales como color y sabor, pueden variar de un animal a otro y de una persona a otra según la constitución de los sentidos de cada uno.
–Cuando Jorunn come una naranja adopta exactamente la misma expresión que otras personas cuando comen un limón. Suele poder con un solo gajo cada vez. «Esta ácida», dice. Y yo a lo mejor encuentro la misma naranja dulce y rica.
–Y ninguna de vosotras tiene razón, y ninguna esta equivocada.
Simplemente describís cómo la naranja actúa sobre vuestros sentidos. Lo mismo ocurre con la percepción del color, a lo mejor a ti no te gusta el color rojo. Si Jorunn acaba de comprarse un vestido precisamente de ese color, a lo mejor sería inteligente por tu parte callarte tu opinión. Tenéis diferentes pareceres sobre el color pero el vestido no es ni feo ni bonito.
–Pero todo el mundo está de acuerdo en que la naranja es redonda.
–Sí, si tienes una naranja redonda, no puedes «opinar» que tiene forma de dado. Te puede «parecer» dulce o agria, pero no te puede parecer que pesa ocho kilos si sólo pesa doscientos gramos. Si quieres, puedes «creer» que pesa varios ki-los, pero en ese caso estarías totalmente perdida. Cuando varias personas intentan adivinar cuánto pesa una cosa determinada, siempre hay un a que acierta más que las demás. Lo mismo ocurre con el número de las cosas. O hay novecientos ochenta y seis guisantes en la botella o no. Lo mismo pasa con el movimiento. Un coche o se mueve o está quieto.
–Entiendo.
–En lo que se refiere a la realidad extensa, Locke está de acuerdo ºcon Descartes en que esta realidad tiene ciertas cualidades que los seres humanos pueden captar con su razón.
–No debería ser muy dificil estar de acuerdo en eso.
–Locke también dio pie a lo que él llamaba «conocimiento intuitivo» o «demostrativo». Opinaba por ejemplo que para todos existen ciertas reglas básicas, y defiende la llamada idea de «derecho natural», que es un rasgo racionalista. Otro rasgo igualmente racionalista de Locke es que pensaba que es inherente a la mente del hombre el pensar que hay un Dios.
–Quizás tuviera razón.
–¿En qué?
–En que hay un Dios.
–Puede ser, claro está. Pero no lo deja en una simple cuestión de fe. Opina que el reconocimiento de los hombres de la existencia de Dios emana de la razón humana. También eso es un rasgo racionalista. Debo añadir que abogó por la libertad de pensamiento y la tolerancia. Además le interesaba la igualdad entre los sexos. Pensaba que la idea de que la mujer estuviera sometida al hombre era una idea creada por los seres humanos. Por lo tanto también puede ser alterada por ellos.
–Estoy bastante de acuerdo.
–Locke fue uno de los primeros filósofos de la época moderna que se preocupó por los papeles de los sexos. Tendría una gran importancia para su tocayo John Stuart Mill, que jugaría a su vez un importante papel para la igualdad entre los sexos. Locke anticipó en general muchas ideas liberales que más adelante, durante la Ilustración, llegaron a florecer en la Francia del siglo XVIII. Por ejemplo él fue quien primero habló a favor de lo que llamamos principio de división de los poderes...
–Lo que quiere decir que el poder del Estado queda repartido en varias instituciones.
–¿También te acuerdas de qué instituciones se trata?
–El «poder legislativo» o la asamblea nacional. Luego viene el «poder judicial» o los tribunales de justicia, y finalmente el «poder ejecutivo», o el gobierno.
–Esta tripartición proviene del filósofo francés Montesquieu de la época de la Ilustración. Locke había señalado que, ante todo, los poderes legislativo y ejecutivo deberían estar separados, con el fin de evitar la tiranía. Fue contemporáneo de Luis XIV, quien había reunido todo el poder en una sola mano. «El Estado soy yo», dijo.
Decimos que fue autocratico. Hoy en día lo habríamos considerado un Estado sin derecho. Con el fin de asegurar un Estado de derecho, los representantes del pueblo deberían legislar y el rey o el gobierno ejecutar las leves, pensaba Locke.
Hume
... déjaselo a las llamas...
Alberto se quedó sentado mirando la mesa. Una vez se volvió para mirar por la ventana.
–Se está nublando –dijo Sofía.
–Sí, hace bochorno.
–¿Vas a hablarme ahora de Berkeley?
–Él fue el siguiente de los tres empiristas británicos. Pero ya que en muchos sentidos pertenece a una categoría aparte, nos centraremos antes en David Hume, que vivió de 1711 a 1776. Su filosofía ha pasado a ser la más importante entre los empiristas. Su importancia se debe también en parte al hecho de que fue él quien inspiró al gran filósofo Immanuel Kant.
–¿No importa que me interese más la filosofía de Berkeley, verdad?
–No, no importa. Hume se crió en Escocia, en las afueras de Edimburgo. Su familia quería que fuera abogado, pero él mismo dijo que sentía «una resistencia infranqueable hacia todo lo que no era filosofía v enseñanza». Vivió en la época de la Ilustración, al mismo tiempo que grandes pensadores fran-ceses como Voltaire y Rousseau, y viajó mucho por Europa antes de establecerse de nuevo en Edimburgo. Su obra más importante, Tratado acerca de la naturaleza humana, se publicó cuando Hume tenía veintiocho años. Pero él mismo dijo que a los quince años ya tenía la idea del libro.
–Entonces debo darme prisa.
–Tú ya estás en marcha.
–Pero si yo fuera a hacer mi propia filosofía sería bastante diferente a todo lo que he oído hasta ahora.
–¿Hay algo que hayas echado especialmente de menos?
–En primer lugar, todos los filósofos de los que he oído hablar son hombres. Creo que los hombres viven en su propio mundo. A mí me interesa más el mundo de verdad. El mundo de flores y animales y niños que nacen y crecen. Esos filósofos tuyos hablan constantemente del «ser humano» y ahora me hablas otra vez de un tratado sobre la «naturaleza humana». Pero tengo la sensación de que ese «ser humano» es un hombre de mediana edad. Al fin y al cabo, la vida empieza con el embara-zo y el parto. Me parece que ha habido demasiado pocos paña-les v llanto de niños hasta ahora. Quizás también haya habido demasiado poco amor y amistad.
–Evidentemente tienes toda la razón. Pero quizás precisamente Hume fuera un filósofo que pensaba de otra manera. Él, más que ningún otro, parte del mundo cotidiano. Creo además que Hume tiene fuertes sentimientos sobre cómo los niños perciben el mundo.
–Haré un esfuerzo para escuchar.
–Como empirista, Hume consideró una obligación el ordenar todos los conceptos y pensamientos confusos que habían inventado todos aquellos hombres. Se hablaba y se escribía con palabras muy viejas y anticuadas, procedentes de la Edad Media. Y de los filósofos racionalistas del siglo XVII. Hume desea volver a la percepción inmediata del mundo de los hombres. “Ningún filósofo podrá jamás llevamos detrás de las experiencias cotidianas o damos reglas de conducta distintas a las que elaboremos meditando sobre la vida cotidiana”, decía él.
–Hasta aquí suena muy bien. ¿Puedes ponerme algún ejemplo?
–En la época de Hume estaba muy extendida la creencia de que había ángeles. Al decir «ángel», nos referimos a una figura de hombre con alas. ¿Has visto alguna vez un ángel, Sofía?
–No.
–¿Pero habrás visto una figura de hombre?
–Qué pregunta más tonta.
–¿También has visto alas?
–Claro que sí, pero nunca en una persona.
–Según Hume, «ángel» es un concepto compuesto. Consta de dos experiencias diferentes que no están unidas en la realidad, pero que, de todos modos, en la imaginación del hombre han sido conectadas. Se trata pues de una idea falsa que inmediatamente debe ser rechazada. De la misma manera tenemos que ordenar nuestros pensamientos e ideas. Hume djjo. «Cuando tenemos un libro en la mano, preguntémonos: ¿Contiene algún razonamiento abstracto referente a tamaños y cifras? No. ¿Contiene algún razonamiento de experiencia referente a he-chos y existencia? No. Entonces déjaselo a las llamas, pues no contiene nada más que pedantería y quimeras».
–Me parece muy drástico.
–Pero después queda el mundo, Sofía. Con más frescor y con contornos más nítidos que antes. Hume quiere volver a la percepción infantil del mundo, antes de que todos los pensamientos y reflexiones hayan ocupado sitio en la conciencia. –¿No acabas de decir que muchos de esos filósofos de los que has oído hablar vivían en su propio mundo, y que a ti te interesaba más el mundo real?
–Algo así, sí.
–Hume podría haber dicho exactamente lo mismo. Pero sigamos su propio razonamiento un poco más a fondo.
–Aquí estoy.
–Hume empieza por constatar que el hombre tiene dos tipos diferentes de percepciones, que son impresiones e ideas. Con «impresiones» quiere decir la inmediata percepción de la realidad externa. Con «ideas» quiere decir el recuerdo de una impresión de este tipo.
–¡Ejemplos, por favor!
–Si te quemas en una estufa caliente, recibes una “impresión» inmediata. Más adelante puedes pensar en aquella vez que te quemaste. Es a esto a lo que Hume llama «idea». La diferencia es que la «impresión» es más fuerte y más viva que el recuerdo de la reflexión sobre el recuerdo. Podrías decir que la sensación es el original, y que la «idea» o el recuerdo de la sensación sólo es una pálida copia. Porque la «impresión» es la causa directa de la «idea» que se esconde en la conciencia.
–Hasta ahora te sigo.
–Además Hume subraya que tanto una «impresión» como una «idea» pueden ser o simples o compuestas. Te acordarás de que hablamos de una manzana en relación con Locke. La experiencia directa de una manzana es una «impresión compuesta» de ese tipo. Asimismo también la idea de la conciencia de la manzana es una «idea compuesta».
–Perdona que te interrumpa pero ¿es esto muy importante?
–¿Que si es muy importante? Aunque sea verdad que los filósofos a veces se ocupan de problemas muy artificiales, no debes rechazar el participar en un razonamiento. Hume daría la razón a Descartes en que es importante construir un razonamiento desde abajo.
–Me resigno.
Lo que quiere decir Hume es que algunas veces podemos componer esas «ideas» sin que estén compuestas así en la realidad. De ese modo surgen las ideas y conceptos falsos que no se encuentran en la naturaleza. Ya hemos mencionado a los ángeles. Y hablamos en una ocasión de los «cocofantes». Otro ejemplo es el «Pegasus», es decir, un caballo con alas. En todos casos tenemos que reconocer que la conciencia ha jugado su propio juego. Ha cogido las alas de una impresión y el caballo de otra. Todos esos conceptos han sido percibidos en alguna ocasión y han entrado en el teatro de la conciencia como «impresiones» auténticas. Nada ha sido inventado por la propia conciencia. La conciencia ha utilizado tijeras y pegamento y de esa manera ha construido «ideas» y conceptos falsos.
–Entiendo. Ahora comprendo que esto pueda ser importante.
–Bien. Por tanto, Hume quiere investigar cada concepto con el fin de averiguar si está compuesto de una manera que no encontramos en la realidad. Él pregunta: ¿de qué impresión tiene este concepto? Ante todo tiene que encontrar cuáles son las «ideas simples» de las que consta un concepto com-puesto. Dispone, así, de un método crítico para analizar las ideas o conceptos de los hombres. De este modo quiere orde-nar nuestros pensamientos y conceptos.
–¿Tienes algunos ejemplos?
–En la época de Hume había mucha gente con ideas muy claras sobre el «Cielo» o «la Nueva Jerusalén». A lo mejor recuerdas que Descartes había señalado que «ideas claras y nítidas» en sí podían ser una garantía de que correspondiesen a algo que realmente existía.
–Como ya te he dicho antes, no suelo olvidarme de las cosas.
–Nos damos cuenta de que «Cielo» es una idea tremendamente compuesta. Mencionemos algunos elementos. En el Cielo hay un «portal de perlas», hay «calles de oro», «ángeles» a montones, etc., etc. Pero aún no hemos descompuesto todo en sus distintos componentes. Porque también «portal de per-las», «calles de oro» y «ángeles» son conceptos compuestos. Cuando finalmente podamos constatar que nuestra idea de Cielo consta de ideas simples como «perla», «portal», «calle», «oro», «figura vestida de blanco» y «alas», podremos preguntarnos si realmente hemos tenido las correspondientes «impresiones simples».
–Las hemos tenido. Pero mediante las tijeras y el pegamento hemos hecho de todas las «impresiones simples» una soñada. Pues sí, así es. Porque precisamente cuando dormimos es cuando más tijeras y pegamento usamos. Pero Hume subrayó que todos esos materiales que usamos para componer imágenes soñadas tienen que haber entrado en la conciencia alguna vez como «impresiones simples». El que nunca haya visto oro tampoco podrá imaginarse una calle de oro.
–Era bastante listo. ¿Qué pasa con Descartes que tenía una idea clara y nítida de Dios?
–También a esta pregunta Hume te ofrece una respuesta. Digamos que nos imaginamos a Dios corno un ser infinitamente «inteligente, sabio y bueno». Tenemos, pues, una idea «compuesta» que consta de algo infinitamente inteligente, algo infinitamente sabio y algo infinitamente bueno. Si nunca hubiéramos conocido la inteligencia, la sabiduría y la bondad, nunca podríamos haber tenido tal concepto de Dios. Quizás también esté en nuestra idea de Dios el que sea un «padre severo pero justo», es decir, una idea compuesta por «padre», «severo» y «justo». Después de Hume, muchos críticos de la religión han señalado que el origen de esa idea de Dios puede encontrarse en cómo percibíamos a nuestro propio padre cuando éramos pequeños. La idea de un padre ha conducido a la idea de un «padre en el Cielo», se ha dicho.
–A lo mejor es verdad. Pero yo nunca he aceptado que Dios tenga que ser necesariamente un hombre. A veces mamá, para conservar el equilibrio, llama Diosa a Dios.
–Como ves, Hume quiere atacar todas aquellas ideas y pensamientos que no tienen su origen en su correspondiente sensación. Quiere “ahuyentar toda esa palabrería que durante tanto tiempo ha dominado el pensamiento metafísico y lo ha desprestigiado”, dice. También a diario utilizamos conceptos compuestos sin pensar si son válidos. Esto se refiere por ejemplo a la idea de un «yo» o de un núcleo de personalidad. Pues esta idea constituía la mismísima base de la filosofía de Descartes: la clara y nítida idea sobre la que estaba edificada toda su filosofía.
–Espero que Hume no pretenda negar que yo sov yo. En ese caso se convierte en un mero charlatán.
–Sofía, hay una sola cosa que quiero que aprendas mediante este curso de filosofía, y es que no debes precipitarte en sacar conclusiones.
–Sigue.
–No, tú misma puedes emplear el método de Hume para analizar lo que consideras tu «yo».
–Entonces debo, ante todo, preguntarme si la idea del «yo» es una idea simple o compuesta.
–¿A qué respuesta llegas?
–Tengo que admitir que me siento bastante «compuesta». Por ejemplo, tengo muy mal genio. Y a veces me resulta difícil decidirme por algo. Además puede gustarme o disgustarme una misma persona.
–Entonces el concepto «yo» es una «idea compuesta».
–Vale. Ahora he de preguntarme si tengo una «impresión compuesta» correspondiente a mi propio «yo». La tendré. Supongo que la tengo constantemente.
–¿Hay algo que te hace dudar sobre este aspecto?
–Voy cambiando constantemente. No soy la misma hoy que cuando tenía cuatro años. Tanto mi humor como mi juicio sobre mí misma cambian de minuto en minuto. De vez en cuando ocurre que me siento como una «nueva persona».
–De modo que esa sensación de tener un núcleo inalterable de personalidad es falsa. La idea del «yo» es en realidad una larga cadena de impresiones simples que nunca has percibido simultáneamente. No es más que «un manojo o un montón de juicios diferentes que se suceden el uno al otro con una rápidez increíble, y que estan constantemente en cambio y movimiento», dice Hume: La conciencia es «una especie de teatro donde aparecen los distintos juicios sucediendose los unos a los otros; pasan, vuelven, se marchan y se mezclan en una infinidad de posturas situaciones. Lo que quiere decir Hume es que no tenemos ninguna «personalidad» que este detras o debajo de tales juicios y estados de ánimo que van y vienen. Pasa como con las imágenes sobre la pantalla de cine. Como cambian tan deprisa, no notamos que la película está «compuesta por imágenes simples». Pero en realidad las «imágenes» no están conectadas la una con la otra. La película es realmente una suma de momentos.
–Creo que me resigno.
–¿Significa eso que renuncias a la idea de tener un núcleo de personalidad inalterable?
–Supongo que sí.
–Hace un momentito pensabas otra cosa. Debo añadir que el análisis de Hume de la conciencia humana y su negación de admitir que los hombres tengan un núcleo de personalidad inalterable, fue introducida casi 2. 500 años antes en un lugar del  planeta muy lejano.
–¿Por quién?
–Por Buda. Casi resulta escalofriante ver lo parecidas que son las formulaciones de los dos. Buda consideró la vida humana como una línea ininterrumpida de procesos mentales y físicos que cambian a cada momento El bebé no es igual que el adulto, y yo no soy igual que ayer. De nada puedo decir «esto es mío», dijo Buda y de nada puedo decir «esto soy yo». No existe, pues, ningun núcleo inalterable de personalidad.
–Si, se parece muchísimo a Hume.
–En la extension de la idea de un yo inalterable muchos racionalistas también habían dado por sentado que el hombre tiene un «alma» inmortal.
¿Pero también eso es una idea falsa?
–Según Hume y Buda, sí. ¿Sabes lo que dijo Buda a sus discípulos justo antes de morir?
–No, ¿cómo quieres que lo sepa?
–«Todo lo que es perecedero es compuesto», dijo. Quizás Hume hubiera podido decir lo mismo. Y también Demócrito. A menos sabemos que Hume rechazó cualquier intento de probar la inmortalidad del alma o la existencia de Dios. No significa que excluyera la posibilidad de ninguna de las dos cosas, pero creer que se puede probar la fe religiosa con la razón humana, es un disparate para él. Hume no era cristiano, pero tampoco era un ateo convencido. Era lo que llamamos un agnóstico.
–¿Y eso qué significa?
–Un agnóstico es alguien que no sabe si existe un Dios. Cuando Hume recibió en su lecho de muerte la visita de un amigo, el amigo le preguntó si no creía en una vida después de la muerte. Se dice que Hume contestó: «También es posible que un trozo de carbón puesto al fuego no arda».
–¿Ah sí?
–La respuesta es típica de su falta total de prejuicios. Sólo aceptó como verdadero aquello sobre lo que tenía sen-saciones seguras. Y mantuvo abiertas todas las demás posibilidades. No rechazó ni la fe en el cristianismo ni la fe en los mi-lagros. Pero esas dos cosas tratan precisamente de fe y no de conocimiento o razón. Podríamos decir que la última conexión entre fe y razón fue disuelta mediante la filosofía de Hume.
–¿Has dicho que no rechazó los milagros?
–Pero eso no significa que creyera en los milagros, más bien al contrario. Suele señalar que la gente aparentemente tiene una gran necesidad de cosas que hoy en día llamaríamos sucesos «sobrenaturales» y que es curioso que todos los milagros de los que se habla sucedieran siempre en un lugar o tiempo muy lejanos. En ese sentido, Hume rechaza los milagros simplemente porque no los ha experimentado. Pero no rechaza que puedan ocurrir milagros.
–Esto me lo tendrás que explicar más a fondo.
–Un milagro es, según Hume, una ruptura con las leyes de la naturaleza. Pero no tiene sentido decir que hemos percibido las leyes de la naturaleza. Percibimos que una piedra cae al suelo cuando la soltamos y, si no hubiera caído, nos habría extrañado.
–Yo diría que, entonces, se habría producido un milagro, o algo sobrenatural.
–Entonces crees que existen dos naturalezas: “una naturaleza” en si y una «sobrenaturaleza». ¿No crees que estás volviendo a las confusiones de los racionalistas?
–Tal vez, pero yo creo que la piedra caerá al suelo cada vez que se suelte.
–¿Porqué?
–¿Por qué tienes que ser tan desagradable?
–No soy desagradable, Sofía. Para un filósofo nunca es malo preguntar. Quizás estemos tocando ahora el aspecto más importante de la filosofía de Hume. Contéstame, ¿cómo puedes estar tan segura de que la piedra caerá siempre al suelo?
–Lo he visto tantas veces que estov completamente segura.
–Hume diría que has experimentado muchas veces que una piedra cae al suelo. Pero no has experimentado que siempre caerá. Se suele decir que la piedra cae al suelo debido a la ley de la gravedad. Pero nunca hemos experimentado tal ley. Solamente hemos experimentado que las cosas caen.
–¿No es lo mismo?
–No del todo. Dijiste que crees que la piedra caerá al suelo porque lo has visto muchas veces. Y ése es el punto clave de Hume. Estás tan acostumbrada a que una cosa suceda a otra, que siempre esperas que ocurra lo mismo cuando inten-tas soltar una piedra. Así surgen las ideas sobre lo que llama-mos leyes inquebrantables de la naturaleza.
–¿Pero cree él realmente que cabe la posibilidad de que una piedra no caiga al suelo?
–Estaría tan convencido como tú de que caerá al suelo cada vez que la suelte. Pero señaló que no ha percibido por qué cae.
–¿No nos hemos vuelto a alejar un poco de los niños y de las flores?
–No, al contrario. Se puede muy bien utilizar a los niños como testigos de la verdad de Hume. ¿Quién en tu opinión, se sorprendería más al ver una piedra quedarse una hora o dos flotando en el aire, un niño de un año o tú?
–Me sorprendería más yo.
–¿Por qué, Sofía?
–Probablemente porque yo entiendo mejor que el niño lo antinatural que sería.
–¿Y por qué el niño no entendería lo antinatural que seria?
–Porque aún no ha aprendido cómo es la naturaleza.
–O porque aún no ha habido tiempo para que, para que la naturaleza se convierta en un hábito.
–Entiendo lo que quieres decir. Hume quería que la gente agudizara sus sentidos.
–Te pondré el siguiente ejercicio, Sofía. Si un niño pequeño y tú presenciáis el espectáculo de un gran prestidigitador que, por ejemplo, hace volar cosas por el aire, ¿quién se divertiría más durante el rato que dure el espectáculo?
–Creo que yo me divertiría más.
–¿Y por qué?
–Porque yo habría entendido lo improbable que era el que eso sucediese. De acuerdo. Porque el niño no encuentra ninguna satisfacción en ver la anulación de las leyes de la naturaleza antes de haberlas aprendido a conocer. Así se puede expresan sí.
–Y seguimos en el núcleo de la «filosofía de la percepción» de Hume. El habría añadido que el niño no es aún esclavo de las expectativas. El niño es el que tiene menos prejuicios de los dos. También puede ser que el niño sea mejor filósofo. Porque el niño no tiene opiniones preestablecidas. Y eso, Sofía. es la mayor virtud de un filósofo. El niño percibe el mundo tal como es, sin añadir a las cosas más de lo que simplemente percibe.
–Me fastidia mucho cada vez que me siento predispuesta contra algo.
–Cuando Hume discute el poder del hábito, se concentra en la ley causa-efecto. Esa ley dice que todo lo que ocurre tiene que tener una causa. Hume usa como ejemplo dos bolas de billar. Si tiras una bola de billar negra contra una bola de billar blanca que está en reposo, ¿qué ocurre entonces con la bola blanca?
–Si la bola negra toca la blanca, la blanca comienza a moverse.
–De acuerdo, y ¿por qué?
–Porque ha sido golpeada por la bola negra.
–En este caso se suele decir que el golpe de la bola negra es la causa de que la bola blanca se ponga en marcha. Pero hay que recordar que sólo tenemos derecho a expresar algo con seguridad silo hemos percibido.
–De hecho yo lo he percibido un montón de veces. Porque Jorunn tiene una mesa de billar en el sótano.
–Hume dice que lo único que has percibido es que la bola negra toca la blanca y que a continuación la bola blanca empieza a rodar sobre la mesa. No has percibido la causa en si de que la bola blanca empiece a rodar. Has percibido que un suceso sigue a otro en el tiempo pero no has percibido que el segundo suceso ocurra a causa del primero.
–¿No es eso un poco sutil?
–No, es importante. Hume subraya que la expectación de que lo uno siga a lo otro no está en los mismos objetos, sino en nuestra conciencia. Y la expectación tiene que ver con el hábito, como ya hemos visto. De nuevo podemos utilizar el ejemplo del niño pequeño. El no se habría sorprendido si una bola hubiese tocado la otra y las dos bolas se hubiesen quedado quietas. Cuando hablamos de «leyes de la naturaleza» o «causa y efecto», hablamos en realidad del hábito de las personas y no de lo «racional». Las leves de la naturaleza no son ni racionales ni irracionales, simplemente son. Esto significa que la expectación de que la bola blanca de billar se ponga en marcha al ser alcanzada por la negra no es innata. No nacemos con una serie de expectativas sobre cómo es el mundo o cómo se comportan las cosas del mundo. El mundo es como es, esto es algo que vamos percibiendo poco a poco.
–Vuelvo a tener la sensación de que esto no puede ser tan importante.
–Puede ser importante si la expectación creada nos hace sacar conclusiones precipitadas. Hume no niega que haya «leyes inquebrantables de la naturaleza», pero debido a que no somos capaces de percibir las leyes en la naturaleza en sí, corremos el riesgo de sacar conclusiones demasiado rápidamente.
–¿Puedes ponerme algún ejemplo?
–Aunque yo vea una manada entera de caballos negros no significa que todos los caballos sean negros.
–En eso evidentemente tienes razón.
–Y aunque durante toda mi vida sólo haya visto cuervos negros, no significa que no pueda haber un cuervo blanco. Es muy importante tanto para el filósofo como para el científico no rechazar la posibilidad de que exista un cuervo blanco. Casi podríamos decir que la búsqueda del «cuervo blanco» es la tarea más importante de la ciencia.
–Entiendo.
–En cuanto a la relación entre causa y efecto puede que muchos piensen que el relámpago es la causa del trueno por que el trueno siempre viene después del relámpago. Este ejemplo no es muy distinto al de las dos bolas de billar. ¿Pero es en realidad así? ¿Es el relámpago la causa del trueno?
–No del todo porque en realidad hay truenos, relámpagos a la vez.
–Porque tanto el relámpago como el trueno se producen debido a una descarga eléctrica. Aunque siempre percibimos que el trueno llega después del relámpago, no significa que el relámpago sea la causa del trueno. En realidad, hay un tercer factor que lo desencadena.
–Comprendo.
–Un empirista de nuestro siglo Bertrand Russell, ha dado un ejemplo muy grotesco. Un pollito que todos los días percibe que el encargado de las gallinas cruza el patio, acabará por sacar la conclusión de que hay una relación causal entre el hecho de que el encargado cruce el patio y que la comida llegue al plato.
–¿Y si un día no dan de comer al pollito?
–Un día el encargado cruza el patio y degolla al pollito.
–¡Qué horrible!
–El que algo se suceda en el tiempo no significa necesariamente que se trate de una relación causa-efecto. Una de las misiones principales de los filósofos es la de advertir a la gente que no saque conclusiones demasiado precipitadamente. De hecho, algunas de éstas han dado origen a muchas formas de superstición.
–¿Cómo?
–Ves un gato negro que cruza el camino. Un poco mas tarde, ese día, te caes y te rompes el brazo. Pero no significa que haya ninguna relación causal entre esos dos sucesos. Sobre todo es  importante no sacar conclusiones precipitadas en un contexto científico. Aunque mucha gente se cure después de haber tomado una determinada medicina, no significa que sea la medicina la que los haya curado. Así pues, es preciso contar con un gran grupo de personas que crean que reciben la misma medicina pero que en realidad sólo están tomando harina y agua. Si también estas personas se curan, tiene que haber un tercer factor, por ejemplo la fe en la medicina que las ha curado.
–Creo que empiezo a entender lo que se quiere decir con empirismo.
–También en lo que se refiere a la ética y la moral, Hume se rebeló contra el pensamiento racionalista. Los racionalistas habían opinado que es inherente a la razón del hombre el saber distinguir entre el bien y el mal. Esta idea del llamado derecho natural está presente en muchos filósofos desde Sócrates hasta Locke. Pero según Hume, no es la razón la que decide lo que decimos y lo que hacemos.
–¿Entonces qué es?
–Son nuestros sentimientos. Si te decides a ayudar a alguien necesitado de ayuda, son tus sentimientos, no tu razón, lo que te pone en marcha.
–¿Y si no me da la gana ayudar?
–También en ese caso son tus sentimientos los que deciden. No es ni sensato ni insensato no ayudar a alguien que necesite ayuda, pero puede ser vil.
–Pero en algún sitio habrá un límite. Todo el mundo sabe que no está bien matar a otra persona.
–Según Hume todo el mundo tiene cierto sentimiento hacia el bien de los demás. Tenemos la capacidad de mostrar compasión. Pero todo esto no tiene nada que ver con la razón.
–No sé si estoy de acuerdo en eso.
–No resulta siempre irrazonable quitar de en medio a una determinada persona, Sofía. Si uno desea conseguir algo, puede resultar incluso bastante útil.
–¡Por favor! ¡Protesto!
–Entonces intenta explicar por qué no se debe matar a una persona molesta.
–También el otro ama la vida. Por eso no puedes matarle.
–¿Es ésa una prueba lógica?
–No lo sé.
–Partiendo de una frase descriptiva, «también el otro ama la vida» has llegado a lo que llamamos una frase normativa, «por eso no debes matarlo». En un sentido racional esto es un disparate. Podrías igualmente decir «hay mucha gente que comete fraude fiscal, por eso yo también debo cometer fraude fiscal». Hume señaló que nunca se debe partir de frases de «es» para llegar a frases de «debe». Y sin embargo esto es muy corriente, sobre todo en artículos periodísticos, programas de partidos políticos y discursos parlamentarios. ¿Quieres que te ponga algún ejemplo?
–Me encantaría.
–«Cada vez hay más gente que desea viajar en avión. Por eso deben construirse más aeropuertos.» ¿Te parece sostenible esta conclusión?
–No, es una tontería. También debemos pensar en el medio ambiente. Yo pienso que deberíamos construir más tramos de ferrocarril.
–O se dice: «La explotación de nuevos campos petrolíferos aumentará el nivel de vida del país en un 10%. Por eso debemos desarrollar cuanto antes nuevos campos petrolíferos».
–Tonterías. También en este tema tenemos que pensar en el medio ambiente. Además el nivel de vida noruego es lo suficientemente alto.
–A veces se dice que «esta ley ha sido aprobada por el Parlamento, por eso todos los ciudadanos deben cumplirla». Pero muchas veces seguir tales «leyes aprobadas» va en contra de las convicciones más íntimas de una persona.
–Entiendo.
–Hemos señalado que no podemos probar con la razón cómo debemos actuar. Actuar responsablemente no equivale a agudizar la razón, sino a agudizar los sentimientos que uno tiene hacia los demás. «No va en contra de la razón el preferir la destrucción del mundo entero a tener un rasguño en un dedo», dijo Hume.
–Qué postulado más odioso.
–Quizás resulte aún más siniestro confundir los conceptos. Sabes que los nazis mataron a millones de judíos. Dirías que algo anduvo mal en la razón de esa gente o en sus emociones.
–Ante todo en sus sentimientos.
–Muchos de ellos también tenían la cabeza muy despejada, lo que demuestra que, en muchos casos, puede haber un cálculo tremendamente frío detrás de las decisiones crueles e insensibles. Después de la guerra, muchos nazis fueron condenados, pero no porque hubieran sido «irracionales», sino porque habían sido «crueles». De hecho, sucede que se absuelve a gente que no ha tenido la mente despejada en el momento de cometer un crimen. Entonces se dice que han actuado en un «momento de enajenación mental». Nunca se absuelve a alguien por haber carecido de sentimientos.
–¡Faltaría más!
–Tampoco hace falta ir a los ejemplos más grotescos. Si una catástrofe natural como una inundación, por ejemplo, provoca que mucha gente necesite ayuda, son los sentimientos los que deciden si vamos a acudir o no. Si hubiéramos sido insensibles, dejando la decisión a la «fría razón», quizás habríamos pensado que convendría que se murieran unos cuantos millones de personas en un mundo que está amenazado de sobrepoblación.
–Es terrible que alguien pueda pensar así.
–No es tu razón la que se enfada.
–Basta.

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